Cuando dos mamás (o papás) se encuentran en lugares como el parque o la salida del cole no es improbable que acaben hablando de niños. Desde que los hijos llegan a nuestras vidas ocupan nuestro pensamiento, nuestro tiempo y muchas de nuestras conversaciones. Pero, ¿cómo hablamos a otras personas de nuestros propios hijos? Sé que hay quienes “presumen de hijo” relatando los últimos logros llevados a cabo por su pequeño, haciendo sentir a su interlocutor que algo no va bien con relación a su vástago que no está “tan espabilado”. Otras personas, por el contrario, suelen emplear calificativos a veces algo duros para referirse a sus hijos. Expresiones como “es un cabezota”, “es un testarudo”, “tiene mucho genio”, “siempre está en su mundo”, “no para quieto”, “es lento para lo que quiere”, “es muy sentido”, “qué pesado es”... pueden ser frecuentes en algunas conversaciones.
Hoy me gustaría proponer el dar la vuelta a estos calificativos que colocamos a nuestros hijos. Me explico: Si yo digo que mi hijo es un niño con mucha determinación, que lucha por lo que cree que es justo, que tiene las ideas claras y que no se deja llevar, seguramente quien me escuche piense que es una maravilla tener un hijo así. Si digo, en cambio, que mi hijo es un testarudo, que siempre quiere salirse con la suya, que no se le puede hacer cambiar de opinión y con el que siempre acaban haciéndose las cosas por las malas, la opinión será muy diferente (“¡pobre madre! ¡la que le ha caído!”). Lo curioso es que podemos estar hablando del mismo niño de dos maneras muy distintas; tan distintas que parece que hablamos de dos niños diametralmente opuestos. En el primero de los casos nos estamos focalizando en sus características vistas en positivo, como virtudes; en el segundo, como defectos. Cómo hablemos de él a otros hará que nos fijemos en sus características en positivo o en negativo, que lo veamos como alguien bueno y valioso o como una carga agotadora, que le ayudemos a desarrollarse como persona dando lo mejor de sí mismo o que frenemos sus potencialidades. Y eso por no hablar de su autoestima y de cómo le repercute escuchar sobre él un tipo de comentario u otro. La opinión que tenemos de él y cómo hablamos de él a otras personas son dos extremos que se retroalimentan: la opinión que tengo de mi hijo repercute directamente en la manera que hablo de él y viceversa. Cuando hablemos de nuestros hijos no echemos piedras sobre su pequeña persona (ya se encargará la vida de echárselas); no se trata de alardear de nada ni de atribuirle virtudes que no tiene. Se trata de intentar ver sus propias características no como defectos sino como virtudes.
He aquí algunos ejemplos de cómo ver como virtudes lo que a menudo percibimos como defectos. Son sólo ejemplos y cada padre o madre, que es quien mejor conoce a su hijo, habrá de buscar el que mejor le encaje:
- En lugar de “cabezota”, podemos emplear “determinado”, “con las ideas muy claras”, “que no se deja convencer fácilmente”.
- En lugar de “pesado”, podemos emplear “perseverante”, “tenaz”, “constante”.
- En lugar de “lento”, podemos emplear “se toma su tiempo”, “no se estresa”, “no pierde la calma”, “va a su ritmo sin dejarse agobiar”.
- En lugar de “siempre está en su mundo”, podemos emplear “tiene mucha capacidad de concentración”, “posee un mundo interior muy rico”, “tiene una gran fantasía”.
- En lugar de “sentido”, podemos emplear “tiene una gran sensibilidad”, “experimenta una gran intensidad emocional”.
- En lugar de “no para quieto”, podemos emplear “activo”, “necesita mucha actividad”, “no deja pasar el tiempo sin hacer nada”.
- En lugar de “tiene mucho genio”, podemos emplear “no se deja avasallar fácilmente”, “sabe cómo defenderse él y sus intereses”.
Estos calificativos (tenaz, perseverante, determinado, activo, sensible, imaginativo etc.) son, sin duda, positivos y no creo equivocarme si digo que muchos los desearíamos para nuestros hijos. Busquemos en los hijos lo que tienen de positivo y tengamos presente que lo que hoy puede ser una dificultad para la crianza, mañana puede ser una valiosa herramienta para enfrentarse al mundo.