En la anterior entrada hablábamos de cuál es la estructura de nuestro cerebro, de cómo es necesario que los pisos de abajo (tronco del encéfalo y sistema límbico) se encuentren maduros para poder realizar aprendizajes y de cómo rellenar las lagunas en su desarrollo a partir de la terapia de integración de reflejos primarios.
Hoy quiero dar un paso más y centrarme en todo el desarrollo neuromotor y lateral.
No sé si alguno tiene experiencia de haber estado en un país extranjero, en el que la comunicación tanto oral como escrita resulta imposible, teniendo que llegar con el coche a un destino desconocido. Uno pide explicaciones y, por más que los lugareños se empeñan en darlas con todo lujo de detalles, seguimos igual de desorientados. Nos da igual que nos digan “gire la tercera a la derecha” que “siga todo recto y coja la segunda salida de la rotonda”: por más que nos esforcemos no entendemos nada y podemos estar dando vueltas por la ciudad sin llegar a nuestra meta. Algo así sucede en los niños que presentan problemas de lateralidad. Veamos por qué.
Nuestro centro de gravedad
Por mucho que los mapas los pintemos con el polo norte hacia arriba, lo cierto es que en el espacio no existe arriba y abajo. Todos los conceptos espaciales se referencian a nosotros mismos; es decir, arriba, abajo, izquierda, derecha, delante, detrás … existen en relación a otra cosa. Así decimos “a la derecha de Pablo”, “encima de la mesa”, “detrás del árbol”. Es más, hablando de izquierda y derecha, siempre hay que tomar en cuenta el punto de vista del hablante que es opuesto al punto de vista de la persona que hay enfrente. Por eso siempre decimos “a mi derecha” o “a tu izquierda”. Este sentido de la orientación se desarrolla a partir de un centro en virtud del cual a lo que está a un lado se le llama “izquierda” y a lo que está al otro se le llama “derecha”. Ese centro es una línea media que recorre nuestro cuerpo y que pasa por nuestra nariz, nuestro ombligo y nuestra pelvis. Viene siendo un eje de simetría que divide el cuerpo en dos mitades laterales. Además, nuestro centro de gravedad nos permite estar “pegados” al suelo, y eso nos aporta los conceptos de arriba y abajo. Es gracias a la gravitación que podemos tener sentido de “centro” para orientarnos en el espacio y el tiempo (hoy, ayer, mañana). Es por esto que a los astronautas en situación de ingravidez les suceden cosas divertidas como no saber si están haciendo el pino o escribir al revés. Han perdido la fuerza de la gravedad, han perdido su sentido de centro, han perdido la orientación espacial. Han perdido su brújula interior.
La gravedad, la lateralidad y el aprendizaje
La lateralidad es precisamente esa brújula interna que nos proporciona nuestro sentido de “centro” y nos permite orientarnos: saber lo que está a un lado, al otro, arriba o abajo. Sería como la brújula que necesitamos para orientarnos en una ciudad extraña o como el GPS que nos llevaría a nuestro destino sin depender de explicaciones incomprensibles.
Este dominio de la gravedad y de nuestro cuerpo en relación con ella, es imprescindible para la realización de aprendizajes escolares. La tarea de leer, por ejemplo, requiere de una lateralidad impecable por varias razones:
- Primera, porque nuestros ojos se tienen que mover de izquierda a derecha y de arriba abajo. Y si lo hacen de otra manera, es imposible la lectura.
- Segunda, porque las letras se diferencian a veces, simplemente, en la direccionalidad. ¿Qué me decís de b-d-p-q? ¡¡Son iguales!! Únicamente cambia el lado para el que mira la barriguita o si la patita sube o baja. ¿Y u-n? Una para arriba y otra para abajo. ¿Y s-z? ¿Y a-e? ¿Y A-V? ¿Y M-W? Más allá de insignificantes detalles, básicamente se diferencian en su sentido direccional.
- Tercera: porque el acto de leer es una tarea muy compleja que requiere de muchos traspasos de información dentro de nuestra cabecita. Me explico: esa línea media que nos divide en dos y a la que antes hacía referencia, llega hasta el medio mismo de nuestra cabeza, auténtico ordenador que “ordena” -permitidme la redundancia- el mundo externo y que organiza la información, los procesos y respuestas dentro de nuestra mente. Nuestro cerebro tiene dos mitades, el hemisferio izquierdo y el derecho. Cada uno tiene sus funciones específicas y para la mayoría de actos necesitamos ponerlos en comunicación y que trabajen coordinadamente. Para leer, la información tiene que pasar del hemisferio derecho al izquierdo y viceversa un montón de veces a través de un puente que conecta ambos hemisferios y que se desarrolla gracias a la lateralidad. Si ésta no está bien establecida, la información se perderá por el camino o llegará deteriorada.
Además, la lateralidad es imprescindible en las matemáticas para entender que 18 no es lo mismo que 81 o que las unidades y las centenas no pueden cambiarse de sitio o que las operaciones, al contrario de lo que sucede con la lecto-escritura, se hacen de derecha a izquierda. También para entender los problemas: qué pasa primero, que pasa después, qué pasa al final. Es imprescindible para entender lo global y lo concreto al mismo tiempo y para comprender las coordenadas espacio-temporales.
Todos, todos, TODOS los aprendizajes escolares requieren de una lateralidad bien establecida y de que el puente que comunica el hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo funcione a la perfección. Evidentemente, si tengo que mandar varios cargamentos al otro lado del río, cuanto más ancho, sólido y bien pavimentado sea el puente, más eficiente será el envío: llegará a su destino pronto, bien, sin pérdidas y sin obstaculizar el paso de los camiones que viajan en sentido contrario.
En la próxima entrada hablaremos de los síntomas que puede presentar un niño mal lateralizado, así como del desarrollo de la lateralidad y de los ejercicios que favorecen el desarrollo lateral. Mientras tanto, espero vuestras preguntas y comentarios.