domingo, 30 de septiembre de 2012

HIPERACTIVIDAD


Parece que el Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad está siendo una plaga. Los últimos estudios dicen que la prevalencia está en torno al 6% de niños en edad escolar. Eso significaría, más o menos, que en cada aula de cada escuela hay más de un niño hiperactivo. ¿Os imagináis decir lo mismo de cualquier otro trastorno? Para entender la magnitud, cambiemos la palabra “hiperactivo” por otras. Por ejemplo: “En cada clase hay más de un niño disléxico”, “en cada clase, hay más de un niño invidente”, “en cada clase hay más de un niño diabético” etc. En todos los casos nos parecería un índice muy elevado y sin embargo, éstas son las cifras de niños diagnosticados de TDA/H.





¿Qué es el TDA/H?

El TDA/H viene siendo una alteración en el lóbulo frontal del cerebro, que es el que se encarga de funciones como el autocontrol, el mantenimiento de la atención, la planificación o la integración entre pensamiento y emoción. Hay niños diagnosticados con un TDA/H de tipo inatento, de tipo hiperactivo-impulsivo o de tipo combinado (inatento e hiperactivo). Sin embargo, muchos niños con síntomas de falta de atención o con un exceso de movimiento o falta de autocontrol son diagnosticados erróneamente como hiperactivos cuando la realidad de sus cabecitas es otra. Yo suelo explicárselo a los padres recurriendo a una metáfora.

Imaginemos que el cerebro es una orquesta y que el lóbulo frontal es el director. Él es quien se encarga de decir qué instrumento tiene que tocar en cada momento, cuáles tienen que guardar silencio, cuándo hay que tocar forte y cuándo pianissimo. Pues bien, imaginemos, entonces, que la orquesta suena fatal y que, lejos de tocar una armoniosa melodía, la música dista mucho de ser celestial. Automáticamente se culpa al director de orquesta por negligencia, por no saber dirigir a sus músicos para que interpreten correctamente la pieza musical.

Y sin embargo, cuando vamos a observar detenidamente la orquesta, nos encontramos con falta de músicos, con instrumentos rotos o desafinados, con partituras incompletas..., por lo que a nadie se le escapa que, con semejantes carencias sea imposible tocar bien. Evidentemente, la culpa de que la música suene mal no es del director sino de una orquesta mal dotada.

Esto es lo que sucede en muchos niños diagnosticados de TDA/H. Cuando nos detenemos a observar cómo está organizada su cabecita nos encontramos con déficits a nivel de procesamiento auditivo, visual, táctil, con dificultades en las áreas de control motriz, con reflejos primarios aún presentes, con lateralidad mal definida, con una funcionalidad insuficiente del cuerpo calloso... en definitiva, con una inmadurez en el sistema nervioso central que le imposibilita al lóbulo frontal la realización de su trabajo.

Pongamos un ejemplo: se dice a un niño que es disperso -inatento, hiperactivo- porque es incapaz de mantener la atención en clase, que está a todo menos a lo que dice el profesor, que le interesa más el camión que pasa por la calle o la silla que se mueve en el piso de arriba que la explicación de las restas con llevadas. A veces incluso, se le diagnostica como TDA/H y se le medica con psicofármacos (!). Y sin embargo, cuando se realiza un estudio de su procesamiento auditivo resulta que tiene una hipersensibilidad auditiva que hace que perciba cualquier sonido de manera amplificada y por lo tanto, escucha el pájaro de la calle o el compañero revolviendo en el estuche como si los tuviera encima de su mesa. Y por eso, su foco de atención cambia constantemente. Si a eso añadimos -como suele ser frecuente- un reflejo de Moro no integrado que hace que los estímulos los perciba como amenazantes, el resultado será un niño hipervigilante y con serias dificultades para centrar la atención. Pero no porque no quiera ni porque su lóbulo frontal no funcione (o sea, porque tenga un TDA/H) sino porque existe una seria inmadurez en su sistema nervioso para organizar la información, procesarla y dar una respuesta congruente.


¿Qué hacer?

Pues en estos casos, al igual que haríamos con la orquesta, ir analizando qué falta y en qué medida y, entonces, dárselo. Habría que hacer una evaluación neuropsicológica que vaya revisando cada una de las regiones de su cerebro para ver si existe madurez suficiente o no y, en este último caso, diseñar un programa de estimulación que permita el desarrollo de aquellas áreas inmaduras. Es decir, sería revisar los instrumentos, afinar los desafinados, poner las cuerdas que faltan, completar las partituras, hacer venir a todos los músicos... y entonces, comprobar si la orquesta puede tocar armoniosamente.

Por suerte, en un altísimo porcentaje de niños diagnosticados como TDA/H, tras una intervención de reorganización neurológica, los niños pueden prescindir de la medicación (aquellos que la estuvieran tomando) y dejan de tener la etiqueta de hiperactivos. Su comportamiento y su rendimiento escolar se normalizan y con ello su autoestima y sus relaciones sociales mejoran. Eso sí, requiere el esfuerzo diario por parte de niños y padres pero obtienen la satisfacción de conseguir interpretar una maravillosa melodía.



martes, 18 de septiembre de 2012

ENTREVISTA EN RADIO SOBRE ESTIMULACIÓN TEMPRANA





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Con motivo del inicio del Taller de Estimulación Temprana y Música, me han realizado una entrevista en la radio para explicar en qué va a consistir


Si queréis escucharla, podéis pinchar aquí 

lunes, 3 de septiembre de 2012

ENURESIS INFANTIL: ACCIDENTES CON EL PIPÍ



 
De vuelta a la rutina, aprovecho varias consultas que he tenido este verano sobre accidentes con el pipí para hablar de un tema que hace tiempo que tengo pendiente: la enuresis infantil.  Lo primero que quiero decir al respecto es que es una cuestión mucho más frecuente de lo que pensamos; como es un asunto del que habitualmente no se habla puede parecer que el problema sólo lo tenemos en casa, pero os aseguro que es algo corriente.

Para empezar, creo que es importante saber que el control de esfínteres es un proceso complejo y no podemos meterlo todo en el mismo saco: una cosa es la caca, otra el pis diurno y otra el pis nocturno.  Por acotar el tema y no extendernos excesivamente, me centraré en esta ocasión en el pipí que se les escapa de día a algunos niños ya grandecitos.

Accidentes de día con el pipí

Muchas mamás cuentan que sus hijos (de 5, 6 o más años), a pesar de que ya controlan el pipí, habitualmente tienen fugas y la ropa interior aparece con frecuencia mojada.  Otras veces los accidentes son mayores y no sólo es una pequeña fuga sino un escape total que requiere cambio de ropa interior y vestimenta.  A menudo, estos episodios se atribuyen a vagancia por no querer ir al baño o por no dejar de hacer alguna actividad interesante (jugar, ver los dibujos etc.) y pueden llegar a ser desesperantes.  Si bien es verdad que en algunas ocasiones el hecho de estar enfrascados en algo les puede distraer de la sensación de tener que ir al baño, en mi experiencia, este tipo de accidentes tienen que ver, sobre todo, con una insuficiente competencia del control de esfínteres.  Y eso suele estar asociado a un entrenamiento demasiado precoz, habitualmente cuando el niño aún no estaba maduro para ello.  Para que el niño llegue a controlar esfínteres de modo completo es necesario una madurez importante en su sistema nervioso central: primero, se requiere que el cable que conecta la vejiga con el cerebro informe en su momento de que la vejiga está llena y que el cerebro sepa interpretar esta señal; segundo, que el mecanismo por el que el cerebro manda al esfínter que se contraiga para frenar el escape del pipí, funcione correctamente; tercero, que la musculatura que controla la salida de la orina sea lo suficientemente fuerte como para actuar con eficacia.  Es como si el vigilante tuviera que informar al centro de mando de que la presa está llena, el centro de mando accionar la palanca correspondiente para cerrar la compuerta y la compuerta tener la capacidad suficiente como para frenar efectivamente la salida del agua.

Cuando este proceso se ha llevado antes de que el niño estuviera preparado para ello, es frecuente que su consecución no sea completa.  Si bien en los primeros tiempos en los que la vejiga es pequeña y retiene poca orina y de que todos -padres, abuelitos, profesores- estamos pendientes de recordarle que tiene que ir al baño, más adelante, cuando damos por hecho que el tema “ya está superado”, es cuando aparecen los accidentes.  Por una parte, la capacidad de su vejiga es mayor y la cantidad de pipí alojado también, por lo que se requiere una mayor fortaleza de la musculatura y la que tenía puede no ser suficiente.  Por otra, ya no estamos pendientes de recordarle que tiene que ir al baño y en el cole ya no van tan seguido, por lo que no es de extrañar que haya accidentes (bien porque no identifique la sensación de plenitud y la necesidad de ir al baño, bien porque aunque sepa lo que le pasa no es capaz de informar al músculo de que se cierre, bien porque el músculo no sea lo suficientemente fuerte como para retener todo el pipí).


¿Qué podemos hacer para ayudarle?

        Explicarle con algún dibujo muy sencillo o incluso con un experimento con un globo, cómo funciona el mecanismo del pipí.  Eso hará que sepa lo que le ocurre y que se sienta más implicado en el proceso.

        Cada vez que vaya al baño, pedirle que pare el chorrillo por uno o dos segundos y que luego continúe.  Repetirlo varias veces.  Eso le va a ayudar a fortalecer su esfínter y, por lo tanto, va a aumentar su capacidad de retener.

        Pedirle que avise cada vez que sienta la vejiga llena, y reforzarle por ello (los métodos conductuales, por sí solos, no van a solucionar el origen del problema pero pueden ser un recurso útil empleados con inteligencia y oportunidad).  Esto le va a ayudar a identificar la sensación de plenitud y por lo tanto, la necesidad de ir al baño.
 
        Darle confianza y seguridad en que lo superará, contarle que es algo que le pasa a más niños y reforzar su autoestima.
 
        Armarnos de paciencia.  A veces la impotencia y la frustración nos pueden y es bueno ensayar caras de póker para aquellos momentos en los que estamos más cansados y llevamos peor el tema.  Saber que es algo que le sucede a muchos niños y desviar la atención hacia otros asuntos (y hacia otras virtudes de nuestro hijo) nos puede ayudar a no desesperarnos.


Queda por tratar todos aquellos episodios que tienen que ver con cuestiones emocionales (niños que se hacen pis en las comidas, cuando van al cole o a alguna actividad específica, cuando les regañan etc.) y todo el asunto de los escapes nocturnos.  Pero ambos merecen capítulo aparte.


¡Ánimo... siempre que llueve, escampa! (nunca mejor dicho...)