Preparando una próxima
publicación sobre el impacto neurológico del abandono, me he
reencontrado con los famosos experimentos de Harlow acerca de las
necesidades de los monos rhesus recién nacidos. En su experimento,
Harlow toma a un monito recién nacido y lo coloca en una jaula con
una mamá mono de felpa y con una mamá mono de alambre. La
madre de alambre tiene biberón, mientras que la de felpa no
presenta modo alguno de alimentar al bebé. ¿Con quién diríais
que prefiere estar el bebé?
El bebé se decanta sin
ninguna duda por la madre de felpa y sólo cuando le acucia el hambre
acude a la madre de alambre para alimentarse. ¡Algunos de estos
monos incluso fueron capaces de alcanzar el biberón sin llegar a
perder contacto físico con la madre de felpa, agarrándose a ella
por los pies! Los monos llegaban a pasar hasta 22 y 23 horas al día con su
madre de felpa quien, a pesar de no ser capaz de alimentarlos, les
ofrecía la seguridad que necesitaban a través del contacto físico.
Podemos imaginarnos,
entonces, hasta qué punto los bebés humanos necesitan del contacto
con su madre para su bienestar. Lo que no es tan fácil de imaginar
es el tremendo efecto que posee la falta de dicho contacto en la
organización neurológica de los bebés y las devastadoras
consecuencias que tiene para el bebé a nivel físico, emocional,
cognitivo y social, a medio y largo plazo.
Esta estimulación táctil
que ofrece el regazo materno, junto con la estimulación vestibular
que proporciona la madre a través del movimiento (y que Harlow
también evidenció en otro experimento) es imprescindible para el
adecuado desarrollo de estructuras cerebrales clave en el desarrollo,
el aprendizaje, la atención, la estabilidad emocional y la
competencia social y así lo evidencian un buen número de estudios
científicos.
La conclusión no puede
ser más clara: mamás, papás, tomad en brazos a los niños,
achuchadlos, besadlos, acunadlos, mecedlos, cantadles nanas, jugad con ellos, sonreídles,
llevadlos en fulares o portabebés, dormid con ellos, ignorad con elegancia a quienes dicen que se malacostumbrarán... Está en
juego su desarrollo cerebral, su equilibrio psico-afectivo y su felicidad.
Buenísimo como siempre!! Y tan real... triste cuando se viven en carne propia esas desvastadoras consecuencias. Por suerte hay esperanza, se puede salir adelante con mucho amor, paciencia, tiempo, apoyo terapeútico, y un gran esfuerzo por parte de nuestros niños que vivieron la falta de contacto. Un abrazote!!
ResponderEliminarGran verdad. Yo soy muy besucona y muy pesada achuchando a mi hijo, pero soy así y me sale, y él a veces me dice: mamá, déjame, que eres muy pesada...pero sé que le gusta en el fondo.
ResponderEliminarMi hijo ya es mayor, me refiero a que no es bebé ni tiene cuatro años. Va a cumplir 9 años y en muchas cosas tiene comportamientos y reacciones de un niño de cinco. Pues como tal tendré que tratarlo, en esos aspectos, porque hubo etapas que se saltó, y paso de la gente, está claro. Un besote fuerte, Beatriz.
Elena