martes, 7 de junio de 2011

¡PÓRTATE BIEN! (II)

Como anticipamos en la anterior entrada el éxito del “portarse bien” está estrechamente ligado a las expectativas que tenemos acerca de lo que ello significa y de cómo se las comunicamos a nuestros hijos. Para conseguir que los niños se “porten bien” en un sinfín de situaciones potencialmente complicadas, propongo estas sugerencias:


  • Lo primero que hay que matizar es que, dependiendo de la edad y madurez del niño, la exigencia sobre aquellos aspectos que implican “portarse bien” será muy distinta. No podemos esperar lo mismo de un bebé, un niño de tres años o uno de ocho, así como tampoco podemos esperar que todos nuestros hijos sean iguales o se porten igual que el hijo del vecino, sencillamente porque son diferentes. A cada uno tendremos que exigirle según lo que pueda dar. No se trata de no ponerle límites o no educarlo; se trata de acomodar la exigencia a la madurez de cada cual.
  • Muy relacionado con este punto está la cuestión de las expectativas que tenemos acerca de lo que podemos esperar de nuestros hijos, para adecuarlas a la realidad: si nuestro hijo de tres años es movido e inquieto, pedirle que durante toda la comida en el restaurante esté callado y sin moverse, es casi como pedirle un milagro. Ajustemos nuestras expectativas para no sentirnos permanentemente frustados.
  • Anticipar: los mayores sabemos qué es una sala de espera de un dentista, cuánto dura una comunión o qué vamos a hacer en un supermercado. Los niños no; incluso de una vez a otra se les olvida. Cuando vayamos a realizar alguna actividad particular que requiera que “se porte bien”, expliquémosle cuál va a ser la situación que va a vivir. Por ejemplo: “vamos a ir al dentista y antes de entrar estaremos un rato en un salón, con unos sillones, donde habrá más personas esperando; cuando nos llamen, entramos al dentista”.
  • Explicarles detalladamente lo que esperamos de ellos, es decir, aquellas cosas que queremos que hagan o que no hagan para “portarse bien”. En la medida de lo posible, intentaremos decirles aquello que SÍ tienen que hacer, en lugar de señalarles lo que NO tienen que hacer. Por ejemplo, “quiero que estés sentado junto a mí (o aúpa de mamá) y que camines de mi mano” será mucho más claro para él que “no corras porque ya sabes que aquí hay que portarse bien”. Además podemos introducir elementos para convertir la espera en algo parecido a un juego: “en la sala de espera del dentista tenemos que hablar como si estuviéramos contándonos secretos, para que no se entere nadie” (en lugar de “¡que no griteeees!”).
  • A veces, podemos hacerlos a ellos partícipes para que digan lo que se les ocurre que podemos hacer. Generalmente suelen tener buenas ideas, si les preparamos el terreno; por ejemplo: “en este sitio va a haber gente que quiere estar tranquilita... ¿qué se te ocurre que podemos hacer para no molestarles y que todos estemos a gusto?”. Muy posiblemente diga cosas del tipo “no gritar”, “no correr”, “no jugar”..., a lo que contestaremos efusivamente “¡qué buena idea! Si a alguno de los dos se le olvida lo que tiene que hacer, el otro se lo recuerda, ¿vale?”. Obviamente, cuando llegue el momento de recordarle que no había que gritar, se lo diremos con tacto, sin regañar, como si se hubiera vulnerado un pacto de complicidad entre ambos.
  • Prevenir: cuando un niño está molesto, molesta a los demás. Si le vamos a exponer a una situación que puede ser muy aburrida, lo mejor es prevenir su aburrimiento llevando algún juguete o cuento. “He traído tu muñeco favorito; puedes jugar con él aquí” (y le señalamos un espacio, por ejemplo, el asiento del sillón). Si la espera va a ser larga, tal vez haya que introducir más de un elemento de distracción (cuaderno, pinturas etc.)
  • El hambre y la sed son campos abonados para “portarse mal”. Cuando un niño pequeño está hambriento o sediento no lo expresa igual que un adulto, simplemente se empieza a sentir cada vez más incómodo e incomoda a quienes estén cerca. Si creemos que en el intervalo en el que queremos que se “porte bien” puede tener hambre o sed, podemos meter en el bolso alguna galleta y una botellita de agua.
  • El sueño y el cansancio son los peores enemigos del “portarse bien”. Si podemos evitar exponerlo a una de estas situaciones cuando esté muy cansado, él y nosotros lo agradeceremos. Si resulta inevitable llevarlo, hagámonos a la idea de que no podemos esperar gran cosa de él en este momento, y no nos enfademos ni nos hagamos mala sangre.
  • Una vez finalizada la situación, felicitarle por lo que ha hecho bien, ignorando lo que ha hecho mal: “¡me encanta cómo has estado sentado junto a mí, jugando sin alborotar!, te lo agradezco muchísimo, eres un sol” (y le damos un beso), “seguro que la gente ha estado a gusto y ha pensado que eres muy educado”, “¡qué bien me lo he pasado contándonos secretos!”. Eso le reforzará su autoestima haciéndole sentir que es un niño agradable, capaz de hacer ciertas cosas adecuadamente y le animará a seguir con ese tipo de actitud.
  • Remarcar lo anterior, expresando que todo eso que ha hecho significa “portarse bien”: “¡qué bien te has portado estando sentado tanto rato y hablando bajito!”. A partir de estos comentarios, podrá ir interiorizando lo que quieren decir su padre o su madre cuando hablan de “portarse bien”.


Pensemos que es cuestión de tiempo y madurez; si cuando son pequeños les hacemos estos momentos más llevaderos, cuando sean más grandes tendrán recursos para saber “cómo portarse bien” y sabrán que son capaces de afrontar la situación, sintiéndose orgullosos de portarse “como niños mayores” aunque se aburran un poco.

jueves, 2 de junio de 2011

¡PÓRTATE BIEN! (I)

¡La de veces que habremos dicho esto...! Se me ocurren bastantes situaciones con visos potenciales de que acaben “como el rosario de la aurora” en cuanto a comportamiento infantil se refiere. La sala de espera del médico, la comunión de la prima, una reunión con la tutora, la compra en el súper, una comida en un restaurante, una visita y un largo etcétera. Creo que todos sabemos lo frustrante que es que el niño dé la nota y monte el numerito en el momento más inoportuno. Además, parece que nada de lo que hagamos en ese momento arregla las cosas sino que, antes bien, las empeora: ordenarle al niño lo que tiene que hacer, decirle con enfado lo mal que se está portando, pedirle por favor que se comporte, reprocharle que actúa como un bebé, amenazarle con la pérdida de no-sé-cuántos privilegios... El repertorio de recursos para ver si el niño se enmienda tiende a infinito y el resultado de que mejore su comportamiento, a cero.

Definitivamente algo hay que no funciona en lo que a “portarse bien” se refiere porque los niños entienden una cosa y los padres otra bien diferente. Cuando nosotros a nuestros hijos les decimos que “hay que portarse bien” tenemos muy claro en nuestra cabeza qué implica eso: estar callados y quietos, saludar cuando lleguemos, despedirnos cuando nos vayamos, no gritar, no correr, ser amables, no hacer rabietas, decir por favor y gracias, no interrumpir a los mayores, no tirarse por el suelo, no tocar las cosas... Sin embargo, los niños no acaban de saber a qué nos referimos los mayores cuando hablamos de “portarse bien”; ellos se portan, sencillamente, como niños, sin capacidad para discernir que la iglesia no es el parque o la sala de espera del dentista no es su casa. Algunas veces, les castigamos o reñimos a posteriori porque “no se han portado bien” en tal o cual situación y para colmo de males, en algunas ocasiones en las que han estado intratables, les preguntamos “¿cómo crees que te has portado?” y contestan convencidos “¡muy bien, mamá!”.

Hemos de tener en cuenta que dentro del concepto “portarse bien” se engloban comportamientos muy diferentes, a veces, incluso, contrapuestos. No es lo mismo “portarse bien” en el parque, en el cole, en casa, en casa de un amiguito, en el médico, en el mercado, en la iglesia, en un restaurante... Por ejemplo, es probable que en la consulta del médico el niño se tenga que desnudar, y requeriremos que “se porte bien” y se deje desvestir sin protestar, pero desnudarse en otro lugar, digamos el súper, no está igual de bien visto... Desde luego, si se le ocurre lucir sus encantos en plena calle no le aplaudiríamos precisamente por “portarse bien”, cosa que sí haríamos tras su colaboración en el médico. Conclusión que saca el niño: desnudarse... ¿está bien o mal? Lo mismo se puede decir de trepar por los juegos del parque o por los muebles del salón de la tía Rita o el delicado equilibrio entre “estar calladito” y “contestar cuando te hablen”.

Después de lo dicho, resulta fácil entender que esos “pórtate bien” o “¡qué mal te has portado!” resultan tremendamente confusos para nuestros hijos, que no saben exactamente a qué nos referimos cuando los proferimos con tono enérgico y a menudo enojado. Les resuenan ambiguos, desconcertantes y les generan inseguridad pues un comportamiento que un día y en un lugar son adecuados, encienden la ira materna o paterna si las circunstancias cambian. La solución pasa entonces por definir qué conductas concretas conlleva cada “pórtate bien” según el momento y el lugar.

A veces, a los mayores, se nos olvida que los niños son pequeños y no entienden el por qué de las cosas, no saben calcular el tiempo, no comprenden lo que sucede, se aburren... Generalmente un niño pequeño no se “porta mal” porque quiera fastidiar a su madre o a su padre, sino simplemente porque no puede “portarse bien”: la situación le supera, el aburrimiento le reconcome y no tiene la madurez suficiente como para controlar su malestar y esperar pacientemente quieto y callado hasta nueva orden. Somos nosotros, como adultos, quienes tenemos que comprender con inteligencia qué le puede pasar, cómo prevenir su malestar y cómo manejarlo en caso de aparición, sin reprocharle ni castigarle por comportarse, sencillamente, como un niño de su edad.

Me gustaría subrayar que, cuando vayamos a exponer a nuestro hijo a una situación que prevemos que para él va a ser difícil de sobrellevar y queremos que se “porte bien”, pensemos que él no ha pedido encontrarse en esa circunstancia sino que somos los adultos los que le llevamos y los que esperamos de él una serie de actitudes y comportamientos. Actuemos, pues, como adultos, entendiendo que ellos son niños y necesitan nuestra ayuda para crecer.

En la próxima entrada, hablaremos sobre estrategias prácticas para ayudar a los niños a “portarse bien”.