martes, 12 de julio de 2011

NO ESCUCHA

¡Bájate de ahí que te vas a caer!”, “¡date prisa que llegamos tarde!”, “¿has recogido los juguetes?”, “no pongas los pies encima del sillón”, “¡deja esa porquería donde estaba!”, “¡¿pero cómo te has puesto, cochino?!”, “¡pon la mesa!”, “¡que vengas ahora mismo que te he dicho que nos vamos!”, etc., etc., etc. Lo cierto es que los padres dedicamos un montón de tiempo y energías a decirles a nuestros hijos lo que tienen que hacer o dejar de hacer y nuestra sensación, en muchas de esas ocasiones, es que no nos escuchan. O que hacen como que no escuchan, deducción evidente a la que llegamos tras comprobar que hacen caso omiso a nuestras palabras y que hay que repetirles las cosas veinte veces. Agotador.


La verdad es que hay ocasiones en las que los niños realmente no escuchan y otras en las que hacen como que no. Pongo dos ejemplos:


Situación número 1.- Nuestro hijo de cinco años está hipnotizado frente a la TV viendo sus dibujos favoritos. Luego diremos que tiene problemas de concentración, pero lo cierto es que está absolutamente entregado a la tarea de ver la tele. Nada de lo que ocurra a su alrededor es tan importante como conocer los avatares de sus personajes fantásticos (o sea, está concentrado en algo, punto a su favor). Si desde la cocina gritamos “¡ven a cenar!” es casi seguro que no nos escuche. Su sistema auditivo y su cerebro entero están dedicados a los dibujos, así que no hay neuronas disponibles para captar otros mensajes.


Situación número 2.- Nuestro hijo de cinco años está jugando con sus amigos en el parque, a la salida del cole. Trepa por los columpios, coge ramas, se reboza por la arena, corre, suda, la camiseta se le sale de los pantalones... en definitiva, se lo está pasando bomba a la manera en que un niño de esa edad disfruta (si lo tuviéramos que hacer nosotros sería una tortura pero para ellos es una actividad absolutamente deliciosa). Es la hora de irse a casa para bañarse y cenar. Cuando pasa cerca de nosotros, aprovechamos para decirle “¡Carlitos, nos vamos a casa!”. Tal vez incluso se nos escape un “¡ay madre, cómo te has puesto!”. En esta circunstancia es posible que nos oiga y hasta que nos escuche pero la propuesta que le ofrecemos frente a tanta diversión es poco tentadora. Carlitos sabe que cuando venga le diremos que está sudando, que se suene los mocos, que cómo va, que hay que sacudirse los zapatos, que menudas manos, que las piedrecitas, ramas y piñas no vienen con nosotros etc. Visto así, es fácil entender por qué hace como que no escucha.


Si queremos que nuestros hijos nos escuchen y, además, nos hagan caso, algo hay que debemos de cambiar en nuestra manera de comunicarnos con ellos. Es cierto que cuanto antes empecemos a comunicarnos con ellos de este modo, más fácil lo tendremos cuando se vayan haciendo mayores. Como todo, el crear un nuevo modo de relación es algo que lleva un tiempo y no podemos esperar que de la noche a la mañana se obre un milagro. No obstante, ofrezco algunas ideas que pueden ayudar para que nuestros hijos nos escuchen y nos hagan caso sin tener que decirles las cosas veinte veces:


1.- Si los niños son muy pequeños, desde luego ha de ser así con los menores de tres años pero puede ser conveniente o necesario hasta los seis, no podemos esperar que venga. Hay que ir a donde esté. Si está profundamente entregado a la tarea, será preciso que nosotros nos impliquemos un poco en ella para hacerle consciente de nuestra presencia y para tenderle un puente hacia la nueva actividad. “A ver qué estás haciendo... ¡uy, que mariquita tan bonita!, ¿le has puesto nombre?”...


2.- Nuevamente, en el caso de niños pequeños, además de ir a su encuentro e interesarnos por aquello que capta su atención puede ser bueno, para facilitarle el cambio de actividad, llevarnos algo de aquello con lo que esté jugando: “Esta piña es preciosa, nos la podemos llevar”.


3.- Si, por el temperamento de nuestro hijo y por la experiencia que tenemos en su crianza, sabemos que va a hacer una gran rabieta cuando le digamos que tenemos que cambiar de actividad, tal vez no sea imprescindible decírselo en ese momento. Vamos junto a él, miramos la mariquita, cogemos la piña, le damos conversación y le llevamos de la manita mientras hablamos de lo que ha estado haciendo y lo bien que se lo ha pasado.


4.- No le digamos las cosas hasta que no estemos realmente seguros de que queremos que lo haga. Me explico: estamos en el parque, nuestro hijo juega con sus amigos y nosotras charlamos con las mamás. Como va siendo hora de marcharse, le decimos al niño “¡Carlitos, ven, que nos vamos a casa!”. Resulta que Carlitos viene, todo obediente, pero nosotras estamos a medias de una anécdota buenísima y no hacemos el más mínimo ademán de marcharnos. Así pues, nuestro hijo recibe el mensaje de que lo de irse a casa no era algo inmediato. Cuando nos damos cuenta de que el niño se ha ido, lo volvemos a llamar pero, en lo que regresa hemos iniciado otro tema de conversación y la situación se repite. De esta manera nuestro hijo aprende que desde que le decimos que nos vamos hasta que realmente nos vamos pasa un rato, con lo cual para las siguientes ocasiones esperará a que se lo digamos varias veces antes de hacer caso.


5.- En el caso de que esté viendo la tele o jugando a un juego electrónico, lo mejor es ir donde está y pedirle que deje de jugar o ver la tele mientras le hablamos. Es necesario que ponga toda su atención en lo que le estamos diciendo y si está haciendo otra cosa mientras, es muy probable que no se entere de lo que le hemos dicho. Es posible que le digamos “¡a cenar!” y diga “¡vale!”, pero realmente no ha registrado el mensaje. A todos nos ha pasado que nos dicen algo cuando estamos enfrascados en otro asunto y nos cuesta acordarnos de lo que nos han dicho.


6.- No gritar. El grito comunica enfado pero también eclipsa el mensaje que queremos que nuestro hijo reciba. Es probable que ante nuestro grito entienda que estamos muy enfadados pero tal vez no sepa lo que le estamos diciendo. Las cosas se pueden decir firmemente pero sin gritar.


7.- Darle tiempo para responder y actuar. Todos necesitamos tiempo para registrar lo que nos dicen y movilizarnos; si la actividad en la que está implicado es demasiado interesante, tal vez necesite algo más de tiempo para desconectarse de lo que hace y ponerse a hacer lo que nosotros le pedimos. No marcharnos, permanecer junto a él o frente a él y no perder el contacto visual son medidas eficaces para que sea consciente de que esperamos algo de él. Pasado un tiempo prudencial, podemos añadir: “Cariño, te he pedido algo que estoy esperando que hagas”.


8.- No repetir las cosas. La repetición, en contra de lo que pudiera parecer, resta fuerza y eficacia al mensaje y aburre tanto al que la pronuncia como al que la escucha. Si tu hijo sabe que le vas a decir veinte veces que venga porque nos vamos a casa, y que sólo a la vez número veintiuna te lo vas a tomar suficientemente en serio como para que efectivamente haga lo que le pides, esperará a que se lo digas ese número de veces para hacerte caso. Es más útil pedirle que te repita lo que has dicho (“¿has entendido lo que te he dicho?”) y señalarle que sabes que ha captado el mensaje y que no piensas volver a repetirlo: “Ahora que sabes lo que quiero que hagas, no voy a volver a repetirlo”. Y, nuevamente, espera a que lo haga.


9.- No emplear preguntas retóricas. Las preguntas del tipo “¿Cuántas veces tengo que decirte que recojas los juguetes?” no sirven para nada, resultan muy molestas y le enseñan a utilizar el lenguaje de forma perniciosa. En lugar de eso es preferible utilizar frases directas como las señaladas en los puntos anteriores.


10.- Asegurarnos de que cuando hace lo que le pedimos, nos mostramos agradecidas y le elogiamos por su comportamiento. Volviendo al parque, si cuando llega junto a ti le sueltas una cascada de reproches (“cómo te has puesto”, “límpiate esos mocos”, “suelta esa porquería”, “ahora mismo te meto en la bañera” etc.) le será difícil venir a tu lado cuando se lo pidas. En lugar de eso, cuando venga interésate por lo que ha estado haciendo y plantéale lo que tenéis que hacer de manera que le resulte atractivo o cuando menos, llevadero: “Qué bien te lo has pasado... Estaba pensando que cuando lleguemos a casa le podemos contar a papá lo de la mariquita y que podíamos bebernos un zumo con esa pajita tan chula que tienes”, “¡qué rico mi niño y qué obediente, que en cuanto se lo dice mamá, viene corriendo!"(aunque sea una verdad “a medias”). Si es un niño más mayor, se lo puedes decir de otra manera, igualmente eficaz: “Gracias, hijo, me resulta de gran ayuda que colabores”.




Estas son algunas sugerencias para tratar de que nuestros hijos nos escuchen y nos hagan caso sin “morir en el intento”. ¿Cuál es vuestra experiencia con respecto a este tema?