Una
consulta muy habitual -y mucho entre familias adoptivas- es que los niños no
aprenden de las consecuencias o de los castigos. Los papás suelen manifestar cosas como ésta:
–
Le castigamos y no sabe por qué
–
Por mucho que nos enfademos, parece que no nos
toma en serio
–
Sabe cuáles son las consecuencias porque se lo
hemos repetido mil veces, pero parece que se le olvida
–
No aprende de los castigos ni de las consecuencias
–
Parece que quiere que le castiguemos, porque una
y otra vez hace lo mismo
–
Vive en el aquí y ahora, no hay ni pasado ni
futuro
–
Es incapaz de darse cuenta de que si hace tal o
cual cosa, va a haber consecuencias
–
Ya no se acuerda de lo que pasó ayer, ni de lo
que hizo ni de que estuvo castigada
–
No se sabe poner en el lugar del otro ni ver por
qué a su hermano le molesta que haga eso
Junto
con eso suelen presentarse dificultades emocionales y a veces cognitivas. Son niños que parecen no responder a las
habituales pautas de modificación de conducta (refuerzos, consecuencias) y se
les califica de desafiantes, desobedientes, retadores. Niños que, cuando se sienten amenazados,
estallan de ira o bien se quedan congelados o bien se desmoronan y se vienen
abajo. En cualquier caso los padres se
encuentran desconcertados y no saben -y es comprensible- cómo manejar la
situación.
Normalmente,
ante un niño que presenta estos rasgos y más cuando detrás hay una familia que
se ocupa y se preocupa del crío, de querer ayudar y no sólo de querer
adiestrar, nos encontramos con algún tipo de inmadurez en su sistema nervioso
que no permite que el niño se regule de otra manera. Me explico:
Ya
hemos hablado alguna vez de que nuestro cerebro tiene tres pisos. El de más abajo, el tronco del encéfalo, lo
compartimos con los reptiles. El del
medio, el sistema límbico, con los mamíferos.
El de más arriba, el córtex, es el propio de los homínidos. Toda la maduración neurológica tiene que
darse de abajo arriba; sin embargo, cuando en los pisos de abajo hay lagunas,
los síntomas siempre los vamos a ver arriba, en forma de dificultades de
aprendizaje o de comportamiento.
A
menos que tengamos una gran madurez, en situaciones de estrés siempre van a
tomar el control del cerebro los pisos de abajo y a responder conforme a su
programa propio. Cuando un niño se
siente inseguro o amenazado (sea de la manera que sea), la parte de su cerebro
que normalmente va a tomar el mando de la situación es el tronco del
encéfalo. Este tronco del encéfalo
dirige respuestas automáticas (los reflejos primarios, por ejemplo) como
mecanismo de supervivencia; hemos dicho anteriormente que es un nivel
compartido con los reptiles (también se le conoce como cerebro reptiliano) y
los reptiles ni sienten ni aprenden; ni tienen capacidad emocional -por
ejemplo, no cuidan a sus crías, incluso a veces se las comen- ni estructura que
permita un almacenamiento en la memoria ni un aprendizaje -el hipocampo, sede
de la memoria, se encuentra en el segundo piso-. Los reptiles viven en el aquí y el ahora: ni
el pasado ni el futuro existen, sólo existe el presente y la pura
supervivencia. Los reptiles funcionan a
base de estímulo-respuesta de manera inmediata y automática, sin archivar en su
memoria aprendizaje de ningún tipo, sin conectarlo con lo emocional, sin
asociar acción y consecuencias, sin capacidad para anticiparse y prever el
enojo de los padres o el castigo.
Por
lo tanto, en situaciones de estrés no hay aprendizaje, sólo supervivencia. Por eso hay niños que cuando se descontrolan
son incapaces de recordar que tal o cual conducta conlleva unas consecuencias,
que ayer estuvieron castigados o que el castigo de ahora obedece a algo que han
hecho. Y por lo mismo, cuando se les
regaña o castiga no entienden el porqué ni son capaces de incorporarlo como un
aprendizaje que les permita mejorar su conducta.
La
solución no es fácil pero pasaría primero, por entender por qué los niños se
comportan como lo hacen (no es por maldad, es porque no pueden hacer otra
cosa); segundo, por reducir al mínimo todos los factores que puedan causar
estrés -incluidos gritos, amenazas, castigos, comparaciones, reproches etc.- y
aumentar los que generan seguridad, afecto y contención –mucha presencia de los
padres, juegos compartidos, contacto físico, más casa y menos extraescolares
etc.- y tercero, en el caso de que veamos que aún así los niños no evolucionan
como se espera, contemplar la posibilidad de realizar un programa estimulación
que permita madurar ciertas áreas cerebrales de abajo arriba para que el niño
no esté a merced de respuestas que no puede controlar sino que cada vez sea más
capaz de regularse por sí mismo.