miércoles, 19 de diciembre de 2012

LOS REYES MAGOS




 
Todos los años por estas fechas suelo escuchar con mucha frecuencia frases cuasi apocalípticas proferidas por padres, abuelos, profesores y adultos varios en los que, ante un mal comportamiento de los niños, se les advierte de que se van a quedar “sin Reyes”. Suelen ser comentarios de este tipo:

  • Como sigas así, no te van a echar nada los Reyes.
  • ¡¡Uy!! Como se enteren los Reyes de que te metes el dedo en la nariz no te traen nada.
  • Otro numerito como éste y te va a traer regalos quien yo te diga.
  • Los Reyes lo ven todo y saben que te estás portando mal y te van a traer carbón.

Digo yo...  Como adultos que somos, ¿no podemos recurrir a otra estrategia para manejar las relaciones con nuestros hijos? Porque, por una parte, ¿de verdad que, por mucha rabieta o mucho dedo en la nariz, no les van a traer nada los Reyes? Y por otra, ¿cómo nos sentiríamos nosotros si nos dijera nuestro jefe “como se entere el Director General, este año se queda Vd. sin vacaciones”? Lo sentiríamos arbitrario, injusto e injustificado y en cualquier caso, pensaríamos que ante diferencias de opinión respecto a nuestro trabajo siempre puede haber otro tipo de medidas a tomar.

Nuestros hijos se pasan meses esperando que vengan los Reyes... Son niños, nosotros les hemos introducido en el mundo mágico de sus majestades de Oriente sin que ellos lo pidieran y resulta injusto que, ante comportamientos propios de su edad, decidamos amenazarles con algo tan importante para ellos y a lo que, en cierto sentido, tienen derecho como niños que son. Creo que existen otras maneras de guiar el comportamiento de nuestros hijos más allá de recurrir a una amenaza tan fácil e irreal como que los Reyes no le van a traer regalos.

Si queremos que maduren, seamos nosotros mismos maduros.  Comportémonos como adultos permitiendo que ellos sigan siendo niños.


Nota: Por cierto que, ahora que van a venir los Reyes, me permito recomendaros el proyecto de Yolanda quien, con su buen hacer, os podrá ayudar con todo aquello que necesitéis para vuestro bebé. A ella, así como a Olga, Verónica, Jessica, Claudelys y las demás mamás de las clases de Estimulación, les debo un enorme Gracias por el detallazo que han tenido conmigo.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

TERTULIA VIRTUAL FAMILIA Y ADOPCIÓN

 

¿Te apuntas a la tertulia virtual?

El día 14 de Diciembre tenemos la oportunidad de charlar con las autoras de dos artículos de máximo interés de nuestra revista Familia y Adopción:

Adopción, Hiperactividad y Metilfenidato

Tu hijo no para un segundo, no es capaz de trabajar, es hiperactivo, no atiende, no obedece. No sé lo que es: problemas de atención, hiperactividad o autismo...¡lo que sea!, ¡no lo sé!, pero a tu hijo le pasa algo.

Rosa Mª Fernández García es Profesora Titular de Universidad. Departamento de Psicología. Área Psicobiología Universidade da Coruña (UDC)

¿Y si jugamos más para aprender mejor?

Es mucho lo que podemos realizar desde la familia para favorecer un adecuado desarrollo neuropsicológico de nuestros hijos, que les ayude en la organización de sus cabecitas y en la adquisición de los aprendizajes.

Beatriz González Luna
es Orientadora y Mediadora Familiar Especialista en Neuropsicología y Educación

Reserva ahora tu plaza para participar, ya que el aforo virtual para asistir a este webinar donde podrás hacer preguntas o plantear tu caso a nuestro especialista, es limitado.

Requisitos: Conexión a Internet
Altavoces y micrófono
Hora / Lugar:
Desde el ordenador de tu casa.
Viernes 14 de diciembre, de 22h a 24h
Si vas a acceder desde fuera de España, consulta este link para saber la hora de tu país.

Precio:
Acceso gratuito
Envía tu nombre y dirección de correo y el mismo día del webinar, recibirás la clave además de las instrucciones de acceso.

Plazas limitadas
Rogamos confirméis vuestra asistencia enviando nombre y apellidos.


domingo, 25 de noviembre de 2012

NIÑOS QUE NO APRENDEN



Una consulta muy habitual -y mucho entre familias adoptivas- es que los niños no aprenden de las consecuencias o de los castigos.  Los papás suelen manifestar cosas como ésta:
   
        Le castigamos y no sabe por qué
        Por mucho que nos enfademos, parece que no nos toma en serio
        Sabe cuáles son las consecuencias porque se lo hemos repetido mil veces, pero parece que se le olvida
        No aprende de los castigos ni de las consecuencias
        Parece que quiere que le castiguemos, porque una y otra vez hace lo mismo
        Vive en el aquí y ahora, no hay ni pasado ni futuro
        Es incapaz de darse cuenta de que si hace tal o cual cosa, va a haber consecuencias
        Ya no se acuerda de lo que pasó ayer, ni de lo que hizo ni de que estuvo castigada
        No se sabe poner en el lugar del otro ni ver por qué a su hermano le molesta que haga eso

Junto con eso suelen presentarse dificultades emocionales y a veces cognitivas.  Son niños que parecen no responder a las habituales pautas de modificación de conducta (refuerzos, consecuencias) y se les califica de desafiantes, desobedientes, retadores.  Niños que, cuando se sienten amenazados, estallan de ira o bien se quedan congelados o bien se desmoronan y se vienen abajo.  En cualquier caso los padres se encuentran desconcertados y no saben -y es comprensible- cómo manejar la situación.

Normalmente, ante un niño que presenta estos rasgos y más cuando detrás hay una familia que se ocupa y se preocupa del crío, de querer ayudar y no sólo de querer adiestrar, nos encontramos con algún tipo de inmadurez en su sistema nervioso que no permite que el niño se regule de otra manera.  Me explico:

Ya hemos hablado alguna vez de que nuestro cerebro tiene tres pisos.  El de más abajo, el tronco del encéfalo, lo compartimos con los reptiles.  El del medio, el sistema límbico, con los mamíferos.  El de más arriba, el córtex, es el propio de los homínidos.  Toda la maduración neurológica tiene que darse de abajo arriba; sin embargo, cuando en los pisos de abajo hay lagunas, los síntomas siempre los vamos a ver arriba, en forma de dificultades de aprendizaje o de comportamiento. 

A menos que tengamos una gran madurez, en situaciones de estrés siempre van a tomar el control del cerebro los pisos de abajo y a responder conforme a su programa propio.  Cuando un niño se siente inseguro o amenazado (sea de la manera que sea), la parte de su cerebro que normalmente va a tomar el mando de la situación es el tronco del encéfalo.  Este tronco del encéfalo dirige respuestas automáticas (los reflejos primarios, por ejemplo) como mecanismo de supervivencia; hemos dicho anteriormente que es un nivel compartido con los reptiles (también se le conoce como cerebro reptiliano) y los reptiles ni sienten ni aprenden; ni tienen capacidad emocional -por ejemplo, no cuidan a sus crías, incluso a veces se las comen- ni estructura que permita un almacenamiento en la memoria ni un aprendizaje -el hipocampo, sede de la memoria, se encuentra en el segundo piso-.  Los reptiles viven en el aquí y el ahora: ni el pasado ni el futuro existen, sólo existe el presente y la pura supervivencia.  Los reptiles funcionan a base de estímulo-respuesta de manera inmediata y automática, sin archivar en su memoria aprendizaje de ningún tipo, sin conectarlo con lo emocional, sin asociar acción y consecuencias, sin capacidad para anticiparse y prever el enojo de los padres o el castigo. 

Por lo tanto, en situaciones de estrés no hay aprendizaje, sólo supervivencia.  Por eso hay niños que cuando se descontrolan son incapaces de recordar que tal o cual conducta conlleva unas consecuencias, que ayer estuvieron castigados o que el castigo de ahora obedece a algo que han hecho.  Y por lo mismo, cuando se les regaña o castiga no entienden el porqué ni son capaces de incorporarlo como un aprendizaje que les permita mejorar su conducta.

La solución no es fácil pero pasaría primero, por entender por qué los niños se comportan como lo hacen (no es por maldad, es porque no pueden hacer otra cosa); segundo, por reducir al mínimo todos los factores que puedan causar estrés -incluidos gritos, amenazas, castigos, comparaciones, reproches etc.- y aumentar los que generan seguridad, afecto y contención –mucha presencia de los padres, juegos compartidos, contacto físico, más casa y menos extraescolares etc.- y tercero, en el caso de que veamos que aún así los niños no evolucionan como se espera, contemplar la posibilidad de realizar un programa estimulación que permita madurar ciertas áreas cerebrales de abajo arriba para que el niño no esté a merced de respuestas que no puede controlar sino que cada vez sea más capaz de regularse por sí mismo.


jueves, 8 de noviembre de 2012

LA AUTOESTIMA DE LOS HIJOS: EL ELOGIO


Una de las actividades de mi trabajo profesional, con la que -dicho sea de paso- disfruto muchísimo, es la escuela de padres. Durante estas semanas estoy yendo a un colegio en las afueras de Madrid en el que tengo un grupo que es una joya: son quince mamás motivadas, implicadas y muy participativas que comparten, confrontan, cuestionan, reflexionan y trabajan acerca de diversos temas relacionados con la dinámica familiar. En estas dos últimas semanas hemos hablado sobre la comunicación en la familia y sobre la autoestima de los hijos. Como veo que sus bolis y sus cabezas echan humo y que tanto ellas como yo, a pesar de estirar las dos horas que tenemos, nos quedamos con la sensación de que nos falta tiempo, he decidido dedicar algunas entradas a completar los temas que trabajamos. Así que mamás de la Escuela de Padres, ¡va por ustedes!


Un arma de doble filo

El elogio constituye una poderosa arma para favorecer la autoestima de los niños. Pero puede ser un arma de doble filo, si no lo utilizamos de la manera adecuada. Si nuestros elogios son excesivamente generales, exagerados o están envenenados, pueden surtir el efecto contrario.

Me explico: Si un niño viene a enseñarnos su dibujo y le decimos “muy bien, muy bonito”, es posible que el niño se sienta evaluado o que incluso perciba que lo decimos de manera automática sin habernos tomado el tiempo ni la molestia de analizar el resultado de su esfuerzo. A veces, incluso, puede pensar que lo decimos para que se vuelva a ir por donde ha venido.

En cuanto al elogio exagerado, si ante este mismo caso le decimos “¡qué dibujo tan increíble, eres el mejor pintor del mundo!”, puede pensar que en su clase hay niños que dibujan mucho mejor, que lo decimos con segundas o puede provocar una negativa (“el mejor pintor del mundo, ¡si lo he hecho deprisa y corriendo!”)

Por lo que respecta al elogio envenenado, me refiero a cuando utilizamos un piropo para lanzar una pulla, por ejemplo “¡qué bonito dibujo! ¡ya podías esmerarte igual en recoger la habitación...!”


El elogio efectivo

Así que, teniendo en cuenta que la comunicación es la única manera que tenemos de transmitir a los hijos lo que sentimos y pensamos sobre ellos, y de que el elogio supone una inestimable herramienta para potenciar su autoestima siempre que la utilicemos de una manera adecuada, vamos a dar algunas pistas sobre cómo elogiar:

  • Describe lo que ves, con cierto entusiasmo y estimación.
  • Expresa cómo te sientes.
  • Pon palabras a lo que puede experimentar el niño.


Ejemplo: Llega nuestro hijo con un dibujo y, ante el Picasso en ciernes exclamamos: “Veo que has hecho un montón de círculos de diferentes colores, unos más grandes y otros más pequeños... Además, has combinado varios colores. Me encanta el dibujo, me resulta muy alegre. Imagino que te ha llevado un rato hacerlo”.

Otro ejemplo: Vemos que nuestra hija preadolescente, poco amante del orden en su habitación, se ha hecho la cama. Lejos de soltar una ironía, sería mucho más efectivo decir algo de este tipo: “Veo que te has hecho la cama, cosa que me alegra mucho y te agradezco, aunque supongo que te habrá costado tu esfuerzo”.


¿Cuál es la ventaja de este tipo de elogio? Por una parte, los niños no se sienten evaluados (lo han hecho bien, mal, bonito, feo, lo cual puede significarles que son buenos, malos, regulares...). Por otra, reciben el mensaje de que nos tomamos tiempo suficiente como para analizar su trabajo y su esfuerzo, es decir, que ellos y lo que ellos hacen, nos interesa. Con esto lo que conseguimos el devolverles un feedback más o menos objetivo de su acción y que sean ellos mismos quienes valoren su trabajo y “se elogien” a sí mismos: Si soy capaz de hacer algo valioso es porque yo mismo soy alguien valioso. Por último, será un fuerte estímulo para repetir lo que está bien, incluso para mejorar. Este aspecto es tan importante que, a veces, cuando nos enseñan algo que no acaba de estar bien realizado, el hecho de fijarnos en lo positivo y señalarlo, actúa como indicador y aliciente para que corrijan lo que está mal sin necesidad de decírselo. En el ejemplo de la cama, si añadimos un “veo que por esta parte, además, no tiene ni una arruga, con lo difícil que es conseguir eso”, seguramente la próxima vez se esfuerce en no dejar ninguna arruga ni por esa parte ni por ninguna otra. Pero ¡ojo!, vuelvo a recordar que no puede haber ningún atisbo de ironía ni de segundas intenciones porque el efecto, entonces, sería el contrario.


El elogio siempre ha de ser sincero y entusiasta pero sin sobreactuar (los niños lo captan al vuelo). Si además, con tacto y discrección, lo comentamos con otro adulto en un momento en el que los niños nos puedan escuchar, el impacto que tendrá en ellos será mucho más potente. Por ejemplo, cuando veamos a nuestra pareja, podemos decirle “Me he llevado un alegrón enorme cuando he visto que esta mañana Lucía se ha hecho la cama” o “no sabes qué dibujo ha hecho Pedro, lleno de colores, me ha encantado”.


Si cada día intentamos utilizar esta estrategia con nuestros hijos, aunque sea una sola vez, iremos viendo cómo su actitud y su autoestima mejoran considerablemente.




lunes, 15 de octubre de 2012

¡FUERA ETIQUETAS!

 Mi muy apreciada Rosina Uriarte, en su blog Estimulación Temprana y Desarrollo Infantil, nos ofrece esta interesante entrada, en consonancia con nuestra última publicación sobre el TDAH.  Gracias, Rosina, por dejarnos compartirlo.
Cada día más y más niños están recibiendo un diagnóstico que en la mayoría de los casos, le acompañará toda la vida.
Porque quienes ponen los diagnósticos a nuestros hijos nos advierten de que estos "nombres" hacen referencia a trastornos "crónicos".
Muchas veces ocurre que un niño obtiene varios diagnósticos. Que los diagnósticos se solapan y comparten síntomas. Ocurre también que dependiendo del profesional que evalúa al niño, éste puede salir de la consulta con unas siglas u otras (TDA-H, TEA, TGD, TEL ...). Los diagnósticos no excluyen síntomas de otros diagnósticos y se aplica el mismo a niños muy diferentes unos de otros.
El diagnóstico al fin y al cabo no tiene tanta relevancia. Porque sólo nos habla del síntoma más evidente en un niño con dificultades.

Por esto debemos darle al diagnóstico sólo la importancia que tiene: de cara a saber cómos solucionar el problema. Lo que ocurre es que muchas veces el diagnóstico nos lleva a la medicación y poco más (especialmente en el caso del TDA-H). No nos lleva a la solución real de lo que nos preocupa.

Las madres y padres conocemos bien a los niños, sabemos por lo que están pasando, independientemente del nombre que le pongan los profesionales. Pero necesitamos conocer bien el problema desde el punto de vista del desarrollo del niño para saber cómo trabajarlo.

Cuando los profesionales nos dicen que los trastornos son crónicos, en realidad lo que quieren decir es que "ellos" NO tienen la solución al trastorno. 
Sin embargo, los profesionales expertos en desarrollo infantil que trabajan con nuestros hijos buscando la solución al problema, no colocan siglas ni ponen nombres. Se centran en conocer bien el trastorno para saber cómo atajarlo en la medida en que sea posible.
La vía del diagnóstico y las etiquetas nos lleva a la "cronicidad" y a la medicación que "tapa" síntomas mientras dura su efecto (sin mencionar los posibles efectos secundarios negativos).

Lo que realmente nos interesa es solucionar los problemas de forma definitiva. Sin nombres. Sin catalogar a nuestros hijos. Viéndoles como los niños y los jóvenes que son, luchando siempre a su lado por lograr su felicidad y la nuestra.
Rosina Uriarte

domingo, 30 de septiembre de 2012

HIPERACTIVIDAD


Parece que el Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad está siendo una plaga. Los últimos estudios dicen que la prevalencia está en torno al 6% de niños en edad escolar. Eso significaría, más o menos, que en cada aula de cada escuela hay más de un niño hiperactivo. ¿Os imagináis decir lo mismo de cualquier otro trastorno? Para entender la magnitud, cambiemos la palabra “hiperactivo” por otras. Por ejemplo: “En cada clase hay más de un niño disléxico”, “en cada clase, hay más de un niño invidente”, “en cada clase hay más de un niño diabético” etc. En todos los casos nos parecería un índice muy elevado y sin embargo, éstas son las cifras de niños diagnosticados de TDA/H.





¿Qué es el TDA/H?

El TDA/H viene siendo una alteración en el lóbulo frontal del cerebro, que es el que se encarga de funciones como el autocontrol, el mantenimiento de la atención, la planificación o la integración entre pensamiento y emoción. Hay niños diagnosticados con un TDA/H de tipo inatento, de tipo hiperactivo-impulsivo o de tipo combinado (inatento e hiperactivo). Sin embargo, muchos niños con síntomas de falta de atención o con un exceso de movimiento o falta de autocontrol son diagnosticados erróneamente como hiperactivos cuando la realidad de sus cabecitas es otra. Yo suelo explicárselo a los padres recurriendo a una metáfora.

Imaginemos que el cerebro es una orquesta y que el lóbulo frontal es el director. Él es quien se encarga de decir qué instrumento tiene que tocar en cada momento, cuáles tienen que guardar silencio, cuándo hay que tocar forte y cuándo pianissimo. Pues bien, imaginemos, entonces, que la orquesta suena fatal y que, lejos de tocar una armoniosa melodía, la música dista mucho de ser celestial. Automáticamente se culpa al director de orquesta por negligencia, por no saber dirigir a sus músicos para que interpreten correctamente la pieza musical.

Y sin embargo, cuando vamos a observar detenidamente la orquesta, nos encontramos con falta de músicos, con instrumentos rotos o desafinados, con partituras incompletas..., por lo que a nadie se le escapa que, con semejantes carencias sea imposible tocar bien. Evidentemente, la culpa de que la música suene mal no es del director sino de una orquesta mal dotada.

Esto es lo que sucede en muchos niños diagnosticados de TDA/H. Cuando nos detenemos a observar cómo está organizada su cabecita nos encontramos con déficits a nivel de procesamiento auditivo, visual, táctil, con dificultades en las áreas de control motriz, con reflejos primarios aún presentes, con lateralidad mal definida, con una funcionalidad insuficiente del cuerpo calloso... en definitiva, con una inmadurez en el sistema nervioso central que le imposibilita al lóbulo frontal la realización de su trabajo.

Pongamos un ejemplo: se dice a un niño que es disperso -inatento, hiperactivo- porque es incapaz de mantener la atención en clase, que está a todo menos a lo que dice el profesor, que le interesa más el camión que pasa por la calle o la silla que se mueve en el piso de arriba que la explicación de las restas con llevadas. A veces incluso, se le diagnostica como TDA/H y se le medica con psicofármacos (!). Y sin embargo, cuando se realiza un estudio de su procesamiento auditivo resulta que tiene una hipersensibilidad auditiva que hace que perciba cualquier sonido de manera amplificada y por lo tanto, escucha el pájaro de la calle o el compañero revolviendo en el estuche como si los tuviera encima de su mesa. Y por eso, su foco de atención cambia constantemente. Si a eso añadimos -como suele ser frecuente- un reflejo de Moro no integrado que hace que los estímulos los perciba como amenazantes, el resultado será un niño hipervigilante y con serias dificultades para centrar la atención. Pero no porque no quiera ni porque su lóbulo frontal no funcione (o sea, porque tenga un TDA/H) sino porque existe una seria inmadurez en su sistema nervioso para organizar la información, procesarla y dar una respuesta congruente.


¿Qué hacer?

Pues en estos casos, al igual que haríamos con la orquesta, ir analizando qué falta y en qué medida y, entonces, dárselo. Habría que hacer una evaluación neuropsicológica que vaya revisando cada una de las regiones de su cerebro para ver si existe madurez suficiente o no y, en este último caso, diseñar un programa de estimulación que permita el desarrollo de aquellas áreas inmaduras. Es decir, sería revisar los instrumentos, afinar los desafinados, poner las cuerdas que faltan, completar las partituras, hacer venir a todos los músicos... y entonces, comprobar si la orquesta puede tocar armoniosamente.

Por suerte, en un altísimo porcentaje de niños diagnosticados como TDA/H, tras una intervención de reorganización neurológica, los niños pueden prescindir de la medicación (aquellos que la estuvieran tomando) y dejan de tener la etiqueta de hiperactivos. Su comportamiento y su rendimiento escolar se normalizan y con ello su autoestima y sus relaciones sociales mejoran. Eso sí, requiere el esfuerzo diario por parte de niños y padres pero obtienen la satisfacción de conseguir interpretar una maravillosa melodía.



martes, 18 de septiembre de 2012

ENTREVISTA EN RADIO SOBRE ESTIMULACIÓN TEMPRANA





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Con motivo del inicio del Taller de Estimulación Temprana y Música, me han realizado una entrevista en la radio para explicar en qué va a consistir


Si queréis escucharla, podéis pinchar aquí 

lunes, 3 de septiembre de 2012

ENURESIS INFANTIL: ACCIDENTES CON EL PIPÍ



 
De vuelta a la rutina, aprovecho varias consultas que he tenido este verano sobre accidentes con el pipí para hablar de un tema que hace tiempo que tengo pendiente: la enuresis infantil.  Lo primero que quiero decir al respecto es que es una cuestión mucho más frecuente de lo que pensamos; como es un asunto del que habitualmente no se habla puede parecer que el problema sólo lo tenemos en casa, pero os aseguro que es algo corriente.

Para empezar, creo que es importante saber que el control de esfínteres es un proceso complejo y no podemos meterlo todo en el mismo saco: una cosa es la caca, otra el pis diurno y otra el pis nocturno.  Por acotar el tema y no extendernos excesivamente, me centraré en esta ocasión en el pipí que se les escapa de día a algunos niños ya grandecitos.

Accidentes de día con el pipí

Muchas mamás cuentan que sus hijos (de 5, 6 o más años), a pesar de que ya controlan el pipí, habitualmente tienen fugas y la ropa interior aparece con frecuencia mojada.  Otras veces los accidentes son mayores y no sólo es una pequeña fuga sino un escape total que requiere cambio de ropa interior y vestimenta.  A menudo, estos episodios se atribuyen a vagancia por no querer ir al baño o por no dejar de hacer alguna actividad interesante (jugar, ver los dibujos etc.) y pueden llegar a ser desesperantes.  Si bien es verdad que en algunas ocasiones el hecho de estar enfrascados en algo les puede distraer de la sensación de tener que ir al baño, en mi experiencia, este tipo de accidentes tienen que ver, sobre todo, con una insuficiente competencia del control de esfínteres.  Y eso suele estar asociado a un entrenamiento demasiado precoz, habitualmente cuando el niño aún no estaba maduro para ello.  Para que el niño llegue a controlar esfínteres de modo completo es necesario una madurez importante en su sistema nervioso central: primero, se requiere que el cable que conecta la vejiga con el cerebro informe en su momento de que la vejiga está llena y que el cerebro sepa interpretar esta señal; segundo, que el mecanismo por el que el cerebro manda al esfínter que se contraiga para frenar el escape del pipí, funcione correctamente; tercero, que la musculatura que controla la salida de la orina sea lo suficientemente fuerte como para actuar con eficacia.  Es como si el vigilante tuviera que informar al centro de mando de que la presa está llena, el centro de mando accionar la palanca correspondiente para cerrar la compuerta y la compuerta tener la capacidad suficiente como para frenar efectivamente la salida del agua.

Cuando este proceso se ha llevado antes de que el niño estuviera preparado para ello, es frecuente que su consecución no sea completa.  Si bien en los primeros tiempos en los que la vejiga es pequeña y retiene poca orina y de que todos -padres, abuelitos, profesores- estamos pendientes de recordarle que tiene que ir al baño, más adelante, cuando damos por hecho que el tema “ya está superado”, es cuando aparecen los accidentes.  Por una parte, la capacidad de su vejiga es mayor y la cantidad de pipí alojado también, por lo que se requiere una mayor fortaleza de la musculatura y la que tenía puede no ser suficiente.  Por otra, ya no estamos pendientes de recordarle que tiene que ir al baño y en el cole ya no van tan seguido, por lo que no es de extrañar que haya accidentes (bien porque no identifique la sensación de plenitud y la necesidad de ir al baño, bien porque aunque sepa lo que le pasa no es capaz de informar al músculo de que se cierre, bien porque el músculo no sea lo suficientemente fuerte como para retener todo el pipí).


¿Qué podemos hacer para ayudarle?

        Explicarle con algún dibujo muy sencillo o incluso con un experimento con un globo, cómo funciona el mecanismo del pipí.  Eso hará que sepa lo que le ocurre y que se sienta más implicado en el proceso.

        Cada vez que vaya al baño, pedirle que pare el chorrillo por uno o dos segundos y que luego continúe.  Repetirlo varias veces.  Eso le va a ayudar a fortalecer su esfínter y, por lo tanto, va a aumentar su capacidad de retener.

        Pedirle que avise cada vez que sienta la vejiga llena, y reforzarle por ello (los métodos conductuales, por sí solos, no van a solucionar el origen del problema pero pueden ser un recurso útil empleados con inteligencia y oportunidad).  Esto le va a ayudar a identificar la sensación de plenitud y por lo tanto, la necesidad de ir al baño.
 
        Darle confianza y seguridad en que lo superará, contarle que es algo que le pasa a más niños y reforzar su autoestima.
 
        Armarnos de paciencia.  A veces la impotencia y la frustración nos pueden y es bueno ensayar caras de póker para aquellos momentos en los que estamos más cansados y llevamos peor el tema.  Saber que es algo que le sucede a muchos niños y desviar la atención hacia otros asuntos (y hacia otras virtudes de nuestro hijo) nos puede ayudar a no desesperarnos.


Queda por tratar todos aquellos episodios que tienen que ver con cuestiones emocionales (niños que se hacen pis en las comidas, cuando van al cole o a alguna actividad específica, cuando les regañan etc.) y todo el asunto de los escapes nocturnos.  Pero ambos merecen capítulo aparte.


¡Ánimo... siempre que llueve, escampa! (nunca mejor dicho...)