martes, 24 de enero de 2012

DIFICULTADES DE APRENDIZAJE II

En la anterior entrada hablábamos de cuál es la estructura de nuestro cerebro, de cómo es necesario que los pisos de abajo (tronco del encéfalo y sistema límbico) se encuentren maduros para poder realizar aprendizajes y de cómo rellenar las lagunas en su desarrollo a partir de la terapia de integración de reflejos primarios.

Hoy quiero dar un paso más y centrarme en todo el desarrollo neuromotor y lateral.

No sé si alguno tiene experiencia de haber estado en un país extranjero, en el que la comunicación tanto oral como escrita resulta imposible, teniendo que llegar con el coche a un destino desconocido. Uno pide explicaciones y, por más que los lugareños se empeñan en darlas con todo lujo de detalles, seguimos igual de desorientados. Nos da igual que nos digan “gire la tercera a la derecha” que “siga todo recto y coja la segunda salida de la rotonda”: por más que nos esforcemos no entendemos nada y podemos estar dando vueltas por la ciudad sin llegar a nuestra meta. Algo así sucede en los niños que presentan problemas de lateralidad. Veamos por qué.

Nuestro centro de gravedad

Por mucho que los mapas los pintemos con el polo norte hacia arriba, lo cierto es que en el espacio no existe arriba y abajo. Todos los conceptos espaciales se referencian a nosotros mismos; es decir, arriba, abajo, izquierda, derecha, delante, detrás … existen en relación a otra cosa. Así decimos “a la derecha de Pablo”, “encima de la mesa”, “detrás del árbol”. Es más, hablando de izquierda y derecha, siempre hay que tomar en cuenta el punto de vista del hablante que es opuesto al punto de vista de la persona que hay enfrente. Por eso siempre decimos “a mi derecha” o “a tu izquierda”. Este sentido de la orientación se desarrolla a partir de un centro en virtud del cual a lo que está a un lado se le llama “izquierda” y a lo que está al otro se le llama “derecha”. Ese centro es una línea media que recorre nuestro cuerpo y que pasa por nuestra nariz, nuestro ombligo y nuestra pelvis. Viene siendo un eje de simetría que divide el cuerpo en dos mitades laterales. Además, nuestro centro de gravedad nos permite estar “pegados” al suelo, y eso nos aporta los conceptos de arriba y abajo. Es gracias a la gravitación que podemos tener sentido de “centro” para orientarnos en el espacio y el tiempo (hoy, ayer, mañana). Es por esto que a los astronautas en situación de ingravidez les suceden cosas divertidas como no saber si están haciendo el pino o escribir al revés. Han perdido la fuerza de la gravedad, han perdido su sentido de centro, han perdido la orientación espacial. Han perdido su brújula interior.


La gravedad, la lateralidad y el aprendizaje

La lateralidad es precisamente esa brújula interna que nos proporciona nuestro sentido de “centro” y nos permite orientarnos: saber lo que está a un lado, al otro, arriba o abajo. Sería como la brújula que necesitamos para orientarnos en una ciudad extraña o como el GPS que nos llevaría a nuestro destino sin depender de explicaciones incomprensibles.

Este dominio de la gravedad y de nuestro cuerpo en relación con ella, es imprescindible para la realización de aprendizajes escolares. La tarea de leer, por ejemplo, requiere de una lateralidad impecable por varias razones:

  • Primera, porque nuestros ojos se tienen que mover de izquierda a derecha y de arriba abajo. Y si lo hacen de otra manera, es imposible la lectura.
  • Segunda, porque las letras se diferencian a veces, simplemente, en la direccionalidad. ¿Qué me decís de b-d-p-q? ¡¡Son iguales!! Únicamente cambia el lado para el que mira la barriguita o si la patita sube o baja. ¿Y u-n? Una para arriba y otra para abajo. ¿Y s-z? ¿Y a-e? ¿Y A-V? ¿Y M-W? Más allá de insignificantes detalles, básicamente se diferencian en su sentido direccional.
  • Tercera: porque el acto de leer es una tarea muy compleja que requiere de muchos traspasos de información dentro de nuestra cabecita. Me explico: esa línea media que nos divide en dos y a la que antes hacía referencia, llega hasta el medio mismo de nuestra cabeza, auténtico ordenador que “ordena” -permitidme la redundancia- el mundo externo y que organiza la información, los procesos y respuestas dentro de nuestra mente. Nuestro cerebro tiene dos mitades, el hemisferio izquierdo y el derecho. Cada uno tiene sus funciones específicas y para la mayoría de actos necesitamos ponerlos en comunicación y que trabajen coordinadamente. Para leer, la información tiene que pasar del hemisferio derecho al izquierdo y viceversa un montón de veces a través de un puente que conecta ambos hemisferios y que se desarrolla gracias a la lateralidad. Si ésta no está bien establecida, la información se perderá por el camino o llegará deteriorada.

Además, la lateralidad es imprescindible en las matemáticas para entender que 18 no es lo mismo que 81 o que las unidades y las centenas no pueden cambiarse de sitio o que las operaciones, al contrario de lo que sucede con la lecto-escritura, se hacen de derecha a izquierda. También para entender los problemas: qué pasa primero, que pasa después, qué pasa al final. Es imprescindible para entender lo global y lo concreto al mismo tiempo y para comprender las coordenadas espacio-temporales.

Todos, todos, TODOS los aprendizajes escolares requieren de una lateralidad bien establecida y de que el puente que comunica el hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo funcione a la perfección. Evidentemente, si tengo que mandar varios cargamentos al otro lado del río, cuanto más ancho, sólido y bien pavimentado sea el puente, más eficiente será el envío: llegará a su destino pronto, bien, sin pérdidas y sin obstaculizar el paso de los camiones que viajan en sentido contrario.

En la próxima entrada hablaremos de los síntomas que puede presentar un niño mal lateralizado, así como del desarrollo de la lateralidad y de los ejercicios que favorecen el desarrollo lateral.  Mientras tanto, espero vuestras preguntas y comentarios.

martes, 17 de enero de 2012

DIFICULTADES DE APRENDIZAJE I

Imaginemos que nuestro cerebro es una biblioteca. Cuando nacemos, nos dejan un edificio entero para que lo acondicionemos, hagamos todas las obras que sean necesarias y dispongamos de todos los recursos para echar a andar una biblioteca. Nos dan tres años. En ese plazo, podemos hacer maravillas. Grandes ventanales, claraboyas, mesas y sillas, estanterías por doquier, rincones de estudio, de consulta, salas para niños... ¡una cafetería! El día que nos traen los libros, cada uno tiene su lugar que hemos estado cuidadosamente preparando. No hay más que agarrarlo y llevarlo a su estante correspondiente, anotándolo en el fichero informático de última generación que nos han instalado. Así, cuando alguien desee consultarlo, lo encontraremos a la mayor brevedad y la persona tendrá un montón de espacios para disfrutar de su lectura y sacar lo mejor de él. Todo está organizado, etiquetado, claramente indicado.

Ahora imaginemos que nos dejan un edificio entero y nos dicen que mañana nos traen varios camiones de libros para que funcione como una biblioteca. ¿Os imagináis el caos? Un edificio sucio, oscuro, sin acondicionar, sin salas preparadas, sin mesas, sillas, sin ventanales... ¡sin estanterías! Tal y como nos dijeron nos descargan camiones y camiones de libros que se van amontonando por el suelo para nuestra desesperación. ¡Imaginaos cómo nos tiemblan las piernas cada vez que viene alguien a pedir un libro! ¿Alguien, de verdad, piensa que esas dos bibliotecas pueden funcionar igual? Evidentemente no. Ya no es que nosotros necesitemos más tiempo para preparar el edificio, o sea, no es que tengamos “otro ritmo”, es que es casi imposible acondicionarlo con miles de libros por medio y la gente entrando y saliendo.

Eso es lo que sucede en las cabecitas de muchos niños que sufren las llamadas “dificultades de aprendizaje” (les cuesta leer, expresarse, redactar, entender el concepto de unidades y decenas, se lían con los días de la semana, los meses del año, los tiempos verbales etc.). Esto resulta muy evidente en los niños que han sufrido abandono, institucionalización, privación, falta de estimulación, etc. durante sus primeros años. Pero muchas veces, en ambientes normalizados y familias normalizadas, preocupadas y ocupadas de sus hijos, se dan algunos cortocircuitos que están en la base de esas dificultades.

Durante esos primeros años de vida, se formatea nuestro disco duro. Nuestra estructura emocional, social y cognitiva se pone en esa primera infancia. Hoy quisiera centrarme en el aspecto cognitivo: cuáles son las bases que nuestro cerebro necesita para aprender (y para salir airosos de los retos escolares) y cómo recuperar esas lagunas.


Una casa de tres pisos

Nuestro cerebro tiene tres pisos superpuestos. El de más abajo, el más primitivo, se llama tronco del encéfalo y lo compartimos con los peces y los reptiles. Regula las funciones de supervivencia (respirar, comer, dormir, atacar, huir) que tienen mucho que ver con lo instintivo. El del medio, el sistema límbico -compartido con otros mamíferos-, es la sede de lo emocional. Por último, el neocórtex o corteza superior, es donde se realizan las funciones de la llamada “inteligencia”: hablar, entender, leer, escribir, operaciones matemáticas, razonamiento lógico, pensamiento abstracto, música, arte, investigación etc.

Siguiendo con la metáfora de la casa, si el piso 1 y el piso 2 no están bien cimentados, está claro que el piso 3 no podrá sostenerse bien. Esos cimientos de los pisos inferiores se ponen en los primeros meses y años de vida a través de la estimulación y el movimiento de los bebés. Aquellos niños que han vivido una serie de privaciones, no pueden tener los pisos 1 y 2 en condiciones de soportar un tercer piso. Así pues, si queremos ayudar a los niños a superar sus dificultades de aprendizaje, los esfuerzos deben ir dirigidos a reforzar los pisos de abajo pues, mientras no pongamos las baldosas que faltan, los conocimientos que lleguen al tercer piso (que es todo lo del cole), se seguirán cayendo al vacío -y por eso, misteriosamente, aprenden algo muy bien y al día siguiente ¡ha desaparecido!-.


¿Por dónde empezar?

Cuando venimos al mundo lo hacemos en unas condiciones de inmadurez y vulnerabilidad nada comparables a otras especies. Debido al tamaño de nuestro cerebro y a la estrecha pelvis de nuestras madres por el hecho de caminar erguidas, nacemos antes de tiempo y necesitamos meses para “acabarnos”. Así que la naturaleza nos ha dado un pack de supervivencia llamado “reflejos primarios”. Estos reflejos, son movimientos involuntarios que generan una serie de reacciones en nuestro cerebro para permitirnos sobrevivir en un mundo en el que no tenemos ni idea de qué hacer. Por ejemplo, el reflejo de Moro, por el cual, cuando el bebé siente una amenaza, alerta a su cuidador mediante el llanto -activando además unos mecanismos fisiológicos de alerta-. O el reflejo tónico asimétrico del cuello que es ése por el que los bebés extienden el brazo y la pierna cuando giran la cabeza -como aún no controlan la respiración, nuestro cuerpo necesita que nuestras vías aéreas, nariz y boca, se encuentren el camino despejado y así, cuando el bebé gira la cabeza, extiende el brazo para no quitarse el aire-. Bueno, pues estos reflejos, a medida que vamos madurando y controlando un poco más el entorno, se hacen innecesarios y van siendo sustituidos por respuestas más maduras.

Y he aquí un gran descubrimiento.  Hay  niños que, por la razón que sea, no han podido llegar a prescindir de esos reflejos primarios y por lo tanto, no han podido desarrollar completamente respuestas más maduras, con la consiguiente falta de maduración de otras regiones cerebrales más sofisticadas. Así nos encontramos con niños que con 7 años presentan vestigios de reflejos que tendrían que haber desaparecido en los primeros meses de vida. Y eso bloquea el desarrollo de los pisos de arriba del cerebro. Diversas investigaciones han establecido las correspondencias entre los reflejos primarios aberrantes y las dificultades de aprendizaje (GODDARD, S.: “Reflejos, aprendizaje y comportamiento”).

Frente a esto, se han puesto en marcha distintas terapias que lo que buscan es “recrear” los estímulos que tiene el bebé y que le permiten madurar esas áreas subcorticales del cerebro e integrar los reflejos, para aplicarlas a niños mayores. Sally Goddard y Peter Blythe lo hacen en Inglaterra, Doman y discípulos en Estados Unidos y Harald Bloomberg en Suecia y otros países de Europa. En mi experiencia, la terapia de integración de reflejos primitivos más eficaz es la Terapia del Movimiento Rítmico de Bloomberg. En diez-veinte minutos de ejercicios sencillos cada día durante unos cuantos meses, se van recorriendo todas las fases del desarrollo y la maduración neurológica para que esos reflejos, aún presentes, no bloqueen el desarrollo de la inteligencia. Tenéis más información en www.reflejosprimitivos.es


Lo dejo aquí por hoy, pero prometo seguir con otros aspectos como la visión, la audición y la lateralidad, que son las bases del aprendizaje. Ofreceré unas ideas teóricas básicas y propuestas terapéuticas sencillas y eficaces para ayudar a nuestros hijos en el formateo de su disco duro y en la superación de sus dificultades de aprendizaje desde la causa misma que los provoca.