miércoles, 27 de abril de 2011

LA INICIATIVA DE LOS NIÑOS

Hoy quiero compartir un cuento que he recibido acerca de cuánto podemos influir los adultos en la capacidad de iniciativa, la creatividad, el desarrollo de la personalidad y la confianza en sí mismos de los niños (que luego serán jóvenes y luego adultos).  El cuento habla por sí mismo:



Había una vez un niño que comenzó a ir a la escuela. Una mañana la maestra dijo: “Hoy vamos a hacer un dibujo”. “¡Qué bien!”, pensó el pequeño. Le gustaba mucho dibujar de todo: vacas, tigres, leones, barcos. Sacó su caja de lápices y empezó a dibujar, pero la maestra le interrumpió: “¡Esperen! Todavía no he dicho lo que vamos a dibujar. Hoy vamos a dibujar flores”. “¡Qué bien!”, pensó el niño. Le gustaba hacer flores, y comenzó a hacer algunas muy bellas con sus lápices violetas, naranjas y azules.
Pero la maestra intervino de nuevo: “¡Esperen un momento! Yo les enseñaré cómo se dibujan las flores”. Y tomando una tiza, pintó una flor roja con tallo verde. “Ahora”, añadió la maestra, “pueden comenzar”. El niño miró la flor de la pizarra y la comparó con las que él había pintado. Le gustaban más las suyas, pero guardó silencio. Volteó la hoja y dibujó una flor roja con un tallo verde.
Otro día la maestra dijo: “¡Hoy vamos a modelar con plastilina!”. “¡Qué bien!”, pensó el pequeño. Le gustaba la plastilina y podía hacer muchas cosas con ella: víboras hombres de nieve, ratones, carros, camiones. Empezó a estirar y amasar su bola de plastilina, pero al momento, la maestra interrumpió: “¡Esperen, aún no es tiempo de comenzar! Vamos a hacer un plato”. “¡Qué bien!”, pensó el pequeño. Le gustaba modelar platos y empezó a hacerlos de todas formas y tamaños. Entonces la maestra le detuvo de nuevo: “¡Esperen, yo les enseñaré cómo!”. Y les mostró cómo hacer un plato hondo. El pequeño miró el plato que había hecho la maestra, y luego los que él había modelado. Le gustaban más los suyos pero no dijo nada. Sólo moldeó otra vez la plastilina e hizo un plato hondo, como la maestra había indicado.
Muy pronto el pequeño aprendió a esperar a que le dijeran qué y cómo debía trabajar, y a hacer cosas iguales a las de la maestra. No volvió a hacer nada por sí solo.
Pasó el tiempo, y el niño y su familia se mudaron a otra ciudad, donde el pequeño tuvo que ir a otra escuela. El primer día de clase, la maestra dijo: “Hoy vamos a hacer un dibujo”. “¡Qué bien!”, pensó el pequeño, y esperó a que la maestra le dijera lo que había que hacer, pero ella no dijo nada. Sólo caminaba por el aula, mirando lo que hacían los niños. Cuando llegó a su lado le preguntó: “¿No quieres hacer un dibujo?”. “Sí”, contestó el pequeño, “pero ¿qué hay que hacer?”. “Puedes hacer lo que tú quieras”, dijo la maestra. “¿Con cualquier color?”, preguntó él. “¡Con cualquier color!”, le respondió la maestra. “Si todos hicieran el mismo dibujo y usaran los mismo colores, “¡cómo sabría yo lo que hizo cada cuál!”, añadió. El niño no contestó nada, y bajando la cabeza dibujó una flor roja con un tallo verde.

lunes, 11 de abril de 2011

PELEAS ENTRE HERMANOS (I)

El otro día, en un bazar, se encontraba delante de mí una mamá con dos niñas de unos 4 y 6 años. Las niñas querían que su mamá les comprase algo; al final se decidieron: una eligió un tambor y otra una flauta. Al ir a pagar, la del tambor molestaba a la hermana con un conocido soniquete “yo tengo un tambo-or, yo tengo un tambo-or”; la hermana decidió que el tambor era mejor elección y cambió su flauta por otro tambor, añadiendo “yo tambié-en yo tambié-en”. Su hermana, dispuesta a pronunciar la última palabra, sentenciaba “pero yo lo he cogido antes...”

Esta anécdota, que seguro que a casi todos nos suena, se repite con más o menos variantes en todos los hogares donde hay hermanos. Es decir, si en nuestra casa esto es el pan-nuestro-de-cada-día, que no cunda el pánico: somos una familia total y absolutamente normal.

Las relaciones entre hermanos suelen tener dos ingredientes en proporción inversamente variable: complicidad y rivalidad. Cuanto mayor sea la complicidad, menor será la rivalidad y viceversa. Los niños rivalizan, no por cosas materiales, sino por nuestro afecto. Los padres tenemos que asumir que la rivalidad entre hermanos es normal y que durará, en mayor o menor medida, toda la vida.  Nos gustaría que no fuese así, pero lo es; es una realidad que no podemos cambiar. Lo que sí podemos hacer es tratar de incrementar la complicidad para que mengüe la rivalidad y no dar pábulo a sus mutuas ofensas. Aporto algunas ideas para reducir la rivalidad:

  • No erigirnos jamás en juez o árbitro de sus disputas, aunque nos lo soliciten. Necesariamente tendríamos que dar la razón a uno o a otro lo que incrementaría la rivalidad entre ellos y haría que el agraviado quisiera vengarse o buscar una nueva ofensa para salir victorioso.
  • No intervenir cuando están discutiendo (salvo que se traspasen los límites del respeto, esto es, agresión física o verbal o abuso manifiesto). Si aguantamos un poco, seguro que encuentran alguna manera de solucionar su conflicto y dos minutos después están jugando como si nada. Cuanto menos intervengamos, menos se pelearán.
  • Evitar preguntar “¿quién ha sido?” y centrarse en lo ocurrido y en la búsqueda de soluciones. Una buena manera puede ser “no quiero saber quién ha pintado en la pared; en la pared no se pinta. Ayudadme a limpiarlo y luego leemos un cuento (o jugamos a la plastilina o vamos al parque etc.)”
  • Cuando vengan con una cascada de acusaciones mutuas, no caer en preguntas del tipo “¿y tú qué le has hecho para que te hiciera eso?” porque podríamos estar hasta el final de los tiempos tratando de averiguar quién empezó. Evidentemente siempre hubo una provocación anterior y una anterior a ésta que justifican la última ofensa que ya casi se les ha olvidado. Es preferible censurar lo que haya pasado con aseveraciones impersonales del tipo de “no se pega”, “no se quitan las cosas” etc. y proponer un cambio de actividad, sin dar cancha a sus ofensas y lamentos. Valga como ejemplo algo así como “pensaba hacer un bizcocho... ¿me ayudáis?”
  • No compararlos nunca ni jugar a ver quién acaba primero: siempre hay un vencedor y un vencido, uno que gana y otro que pierde, uno que queda por encima y otro por debajo. La comparación por parte de los padres añade, además, un elemento de inferioridad para el perdedor, de no llegar a ser lo suficientemente bueno para los padres, con lo cual la mengua de su autoestima es prácticamente segura.

Hasta aquí algunas sugerencias para disminuir la rivalidad. Aviso: no desaparecerá del todo, se mantendrá hasta la edad adulta, pero podemos intentar que sea lo más pequeña posible. 

En otra entrada hablaremos de ideas para aumentar la complicidad. A buen seguro, una combinación de ambas generará un clima mucho más agradable para todos.

EN EL COLE SÍ Y EN CASA NO


Suele ocurrir a veces que los padres comentan que los niños en el cole hacen determinadas cosas que en casa no hacen. La lista puede ser larga pero valgan como ejemplos los siguientes: “en el cole come fruta y en casa no”; “en el cole recoge y en casa deja todo tirado”; “en el cole se está quieto y en casa no hay quien le pare” etc. En los padres puede generar desconcierto, frustración o sentimiento de que el niño les toma el pelo, están perdiendo autoridad o no se hacen con la criatura. Se pueden sentir culpables y pensar que están haciendo algo mal.

Si no hay otros indicadores de alarma, la cosa probablemente no sea grave. Si nos ponemos a pensar en nosotros mismos, no será difícil llegar a la conclusión de que los adultos también nos comportamos de forma diferente en casa y en el trabajo. Por ejemplo, a nuestra pareja le hablamos de manera diferente a como hablaríamos a un compañero; un alimento que no nos agrada y en casa no cocinamos nos lo comeremos sin dudar si es nuestro jefe quien nos invita a comer.

Sé que muchas veces es frustrante sentir que con un desconocido se portan aparentemente mejor que con sus propios padres y además suele ser frecuente tener que escuchar opiniones ajenas sobre por qué ocurre eso (“se te está yendo de las manos”, “le faltan límites”, “si eso lo hace con 3 qué hará con 13” etc.) Sin embargo, y aunque parezca algo paradójico, hay que tomárselo como una buena señal pues constituye un indicador de que entre el hijo y los padres existe un buen vínculo. Cuando un niño se siente seguro e incondicionalmente amado, sabe que puede “relajarse”, mostrarse tal y como es o remolonear ante algo que no le apetece (como hacemos casi todos). En el cole, el temor a perder el afecto de la profe o a ser castigado, hace que sienta que tiene que “dar la talla” y portarse bien. Es un signo de que el niño diferencia entre su papá y su mamá y el resto de los adultos: manifiesta confianza en sus papás porque sabe que le amarán siempre, se porte bien o mal, cosa que no ocurre con la profe. Este vínculo y esta relación de apego con los padres constituye el cimiento de una personalidad sana y equilibrada y es muy importante para el desarrollo de su autoestima y la confianza en sí mismo.

En cuanto a cómo hacer para que en casa también coma fruta, recoja sus cosas y no haga trastadas es necesario darle tiempo para madurar y tener paciencia. También pueden ser útiles algunas estrategias prácticas para lograr su colaboración sin más desgastes de los necesarios.  Pero de eso hablaremos otro día.

viernes, 8 de abril de 2011

CONOCE A TU HIJO


“Diez minutos de calor igual ponen un huevo duro que derriten la mantequilla”. Esta sentencia de un famoso pensador hace alusión a que dependiendo de la naturaleza de lo que tengamos entre manos, una misma medida puede tener efectos totalmente contrarios. Quisiera aplicar este ejemplo a la educación de nuestros hijos.

Es relativamente frecuente que los padres exporten estrategias educativas de otros padres, de revistas o de programas de televisión, y que extrapolen las mismas medidas a todos los hijos, pues parece que tratando a todos igual son justos y equitativos. Nada más lejos de la realidad. La justicia consiste en dar a cada uno lo que necesita. Pongo un ejemplo simple que ayude a aclarar lo que quiero decir: Si yo soy gordita, necesitaré una talla 44 y mi hermana, que es delgadita, necesitará una 38. Por mucho que me empeñe en que siendo hermanas tengamos que tener la misma medida, su ropa jamás me quedará bien a mí y viceversa. Pasa lo mismo con la educación de los hijos. Los hay más seguros, más inseguros, más lanzados, más sensibles, más tímidos, más responsables, más imaginativos y un sinfín de adjetivos que, a buen seguro, cada padre puede añadir. Si tenemos más de un hijo, seguro que nuestra experiencia nos ofrecerá montones de situaciones en las que nuestros hijos nos han demostrado lo diferentes que son entre sí. Al igual que con las tallas de ropa, con las estrategias educativas, lo que ha funcionado con uno puede no funcionar con otro...; puede, incluso, ser perjudicial para él según sea su carácter, su temperamento y su personalidad.

En la educación de los hijos no hay remedios universales y nadie mejor que un padre responsable para conocer a su hijo, y para saber, por tanto, qué estrategia le puede ayudar y cuál puede no hacerlo o puede llegar a hacerle daño. De los orientadores, los psicólogos, los pedagogos, los expertos de revistas y televisivos, los padres pueden obtener ideas que han de pasar, necesariamente, por su propio tamiz antes de aplicarlas con sus hijos. Es por eso, que la insistencia fundamental ha de ser la de poner todo el empeño en conocer a los propios hijos; sólo así podremos darle a cada cual lo que necesita para crecer.

sábado, 2 de abril de 2011

CRITERIOS PARA ELEGIR COLEGIO

En estos días, al menos en la Comunidad de Madrid, está teniendo lugar la reserva de plaza para el curso 2011-2012. Eso significa, en pocas palabras, que las familias tienen que elegir el centro escolar al que desean llevar a sus hijos (otra cosa será lo que resuelva la Administración según las plazas disponibles y la puntuación obtenida en el baremo). No es una cuestión fácil de dilucidar pues, a menudo, la confluencia de factores deseables en un centro no siempre alcanza las expectativas de los padres. Es necesario tener en cuenta que son bastantes los años que nuestros hijos van a asistir al colegio y, teniendo en cuenta la cantidad de horas diarias que pasan en él, el resultado viene siendo que una buena parte de la vida de nuestros hijos se va a desarrollar en el centro escolar, por lo que la elección del mismo debería ser cuidadosa.

Criterios como el estilo pedagógico, la confesionalidad o no del centro, su carácter público o privado o cuestiones como proximidad, horarios, tamaño o servicios son relevantes a la hora de tomar la decisión.

Público-privado-concertado: es preciso considerar la inversión económica que podemos hacer en el colegio de nuestros hijos. Un centro público es totalmente gratuito mientras que uno privado depende enteramente de la financiación de los padres. Lo precios de estos últimos pueden oscilar entre los 300€, los más económicos, hasta 700€. Un centro concertado, es un centro privado sostenido con fondos públicos, eso significa que el personal docente está financiado por la Administración pero no así las instalaciones u otros servicios del centro. Es por ello que en los centros concertados suele haber una mensualidad, en concepto de “aportación voluntaria” para el mantenimiento del centro. En cualquier caso siempre será mucho menor que en uno privado y lo habitual es que oscile entre los 50€ y los 100€. Hay que tener en cuenta, a la hora de decantarse por un centro privado o concertado que, además de la mensualidad, habrá que hacer frente a gastos de material, comedor, ruta o actividades extraescolares, durante bastantes años y multiplicado, en su caso, por el número de hijos.

Religioso-aconfesional: Existen opciones religiosas y aconfesionales tanto en centros privados como concertados. Creo que es fundamental la coherencia de los padres en este sentido. Si no son creyentes, se consideran indiferentes o agnósticos, no tiene mucho sentido confiar la educación de sus hijos a un centro religioso, por muy buen nivel que éste tenga. La dimensión cristiana estará presente en su educación a lo largo de muchos años y en múltiples y variadas formas y deben ponderar si comulgan con la misma y quieren que sus hijos se formen en ella (recen a diario, hagan la comunión, tengan religión obligatoria, participen en ritos y liturgias etc.)... o no.

Estilo pedagógico: Aunque en nuestro sistema educativo no existe una gran variedad de opciones como sí existe en otros países, vale la pena conocer propuestas de estilos pedagógicos diferentes al tradicional, como puede ser la pedagogía Waldorf (Escuela Libre Micael, Escuela Waldorf Aravaca ) o la Montessori. Aparte de esto, o de las características propias de los centros bilingües que siguen un curriculum extranjero, podemos encontrar ciertas diferencias entre centros: por quedarme en los extremos, están aquellos que se decantan por una excelencia académica y por mantener un alto nivel de exigencia y los que optan por un desarrollo integral del alumno priorizando valores como la convivencia, la solidaridad, el espíritu crítico etc. sobre lo académico, teniendo en cuenta las capacidades personales de cada alumno. En este punto es determinante la personalidad de cada niño, así como su ritmo y estilo de aprendizaje.

Horario: Por suerte ya se encuentran centros que ofrecen una jornada continuada, esto es, de 9 a 14h., además de los centros, cuyo número es mayoritario, en los que se encuentra la tradicional jornada partida (más o menos de 9h a 16 ó 17h con un intervalo para la comida). Según sea la organización familiar de los tiempos, se puede optar por uno u otro modelo. Para aquellas familias que se puedan acomodar a la jornada continuada, la gran ventaja que ofrece es la posibilidad de disponer de un tiempo mucho más extenso por la tarde para dedicarlo tanto al descanso como a la realización de tareas, la participación en actividades extraescolares o la principal necesidad de los hijos pequeños: estar con los papás y jugar.

Proximidad al domicilio: Un factor a tener en cuenta es la distancia entre el centro escolar y el domicilio. Posiblemente en los primeros años de escolarización y durante toda o casi toda la educación primaria serán los padres quienes lleven y recojan a los niños al colegio, pero existen otras variables que en caso de duda, pueden animar a elegir un centro próximo al domicilio: un mayor tiempo de desplazamiento redunda en un mayor cansancio y disminuye la posibilidad de hacer otras cosas, la cercanía al colegio supone también la cercanía de amigos y compañeros tanto para compartir espacios de ocio (parques etc.) como para la realización de trabajos, la existencia de vecinos que lleven o recojan al niño en caso de imprevistos etc.

Tamaño: Las dimensiones del colegio son otra variable a considerar. Si bien un centro grande tiene las ventajas de contar con amplias instalaciones, abundante servicios y una oferta considerable de actividades extraescolares, uno pequeño cuenta con un trato más familiar y cercano y puede ser menos sobrecogedor para un niño que se incorpora al centro.

Servicios: Además es importante tener presente qué otros servicios presenta el centro de cara a cubrir otras necesidades del alumnado y sus familias (primeros o últimos del cole, comedor, ruta, departamento de orientación, escuela de padres etc.)

Actividades extraescolares: Si bien es una cuestión menor porque la formación extracurricular se puede ofrecer en otros espacios diferentes al colegio (centros culturales, conservatorios, polideportivos, academias etc.) nunca está de más interesarse por las actividades que ofrece el propio centro educativo.


Cuando los padres preguntan si tal o cuál centro es “un bueno colegio”, suelo responder que, quitando unos mínimos de calidad y funcionamiento, no se puede hablar de “buen o mal colegio” en términos generales, sino de un colegio “adecuado” a las características y necesidades de nuestro hijo en particular y al estilo de vida familiar (valores, prioridades etc.) En cualquier caso y, a pesar del estrecho margen de elección que permite el actual sistema educativo, la clave está no en elegir “un buen colegio” en términos generales, sino en ver cuál puede ser “el mejor colegio para mi hij@”.