miércoles, 21 de septiembre de 2011

BEBÉS FELICES, HIJOS FELICES: ¿QUÉ PODEMOS HACER LOS PADRES? EL APEGO.

De regreso de las vacaciones de verano y tras la “vuelta al cole”, retomamos la actividad bloggera hablando de un tema que he nombrado muchas veces pero sobre el que nunca me he detenido a escribir explícitamente. La cuestión de la que nos ocuparemos hoy es el apego, que si bien es algo que nos acompaña durante toda la vida, se establece en los primeros años de vida y condiciona todo el desarrollo posterior de nuestra personalidad y de nuestras capacidades. Es como el cimiento de la casa: cuanto más sólido sea, más resistente y mejor será la construcción que podamos colocar encima. Vaya pues esta entrada dedicada a todas aquellas personas que tienen bebés y me han pedido que escriba sobre ellos, en especial Mónica, Azucena, Paloma... y todos los papás de las escuelas infantiles.

Todos los padres deseamos que nuestros hijos sean felices. Probablemente, profundizando en la cuestión, nos encontremos con que por “felices” entendemos niños (y adultos) que sean emocionalmente equilibrados, que estén socialmente adaptados y que tengan un buen desarrollo cognitivo e intelectual.  Pues bien, recientes estudios demuestran que el apego seguro en la infancia lleva a un mayor número de resultados óptimos del desarrollo y es un factor de protección frente a la angustia, el estrés, la ansiedad y la enfermedad no sólo en la edad bebé sino hasta la adultez; hoy por hoy nadie discute que el apego influye en los pensamientos, sentimientos, motivaciones y relaciones interpersonales durante toda la vida. Una investigación de la Universidad de Durham en Carolina del Norte, Estados Unidos, ha encontrado relaciones entre los niveles de afecto materno a los 8 meses con el nivel de angustia a los 34 años. A mayor afecto materno a los 8 meses, menor nivel de angustia a los 34 años. Por otro lado, un estudio llevado a cabo en la UNED pone de manifiesto la relación entre el apego y la respuesta emocional, cognitiva y emocional de los niños (para más información podéis consultar el magnífico blog de José Luis Gonzalo Marrodán).


¿Qué es el apego?

El apego es el lazo afectivo que une al hijo con la madre. Cuando un bebé nace, desconoce absolutamente todo lo que ocurre, tanto a su alrededor como dentro de sí mismo. La madre (o figura sustituta) es quien le va ayudando a interpretar la realidad, a contener su malestar, a ofrecerle respuestas a sus necesidades. Cuando un bebé tiene, por ejemplo, hambre, siente un malestar que le asusta y se lo comunica a su madre de la única manera que sabe: mediante el llanto. La mamá se acerca, le toma en brazos y traduce su malestar: “¡uy, bebé, claro, ya debes de tener hambre!”. Y a continuación le da el pecho o el biberón, lo que tranquiliza y sosiega al pequeño. Cuando este esquema se repite, el bebé va interiorizando que existe un malestar dentro de él que puede ser contenido por los brazos amorosos de su madre y por sus palabras cálidas y tranquilizadoras; malestar que tiene un final y que acaba siendo sustituido por una sensación de bienestar y placidez. Eso le va reportando una imagen de sí mismo como alguien bueno y valioso (su madre cuida de él porque es digno de amor), lo cual hace que se vaya construyendo una buena autoestima, y le hace confiar en su madre (puesto que siempre acude al alivio de su malestar) y en la seguridad que ésta le ofrece.

En el periodo que va de los 0 a los 2 años, el bebé se vive fusionado con su madre. No acaba de tener claro dónde acaba su madre y dónde empieza él mismo; esto es muy evidente cuando se llama a sí mismo por su nombre: “Pepito agua”; “nene pelota”. En algún momento, a partir de los dos años, empieza a sustituir su nombre por el pronombre “yo”. Es entonces cuando comienza su proceso de separación-individuación respecto de su madre (y también cuando empieza a poner en práctica una habilidad hasta entonces sorprendente: la de decir “no”, como ejercicio de confirmar que, efectivamente, es un ser diferente de su mamá). A partir de entonces, aquéllo que había depositado en su madre, comienza a transferirlo a su propia persona: su madre merecía su confianza porque siempre acudía a aliviar su malestar y esa confianza se traslada ahora a la confianza en sí mismo; puede empezar a tener confianza en él para superar problemas y malestares y transformarlos en soluciones y bienestar. Su madre le daba la seguridad de unos brazos amorosos capaces de contenerlo en su angustia; ahora él empieza a sentirse seguro de sí mismo y puede iniciar el camino del autocontrol. Este sentimiento de contención física que le brindan los brazos de su madre, es importantísimo en la interiorización de los límites: el regazo de su madre le hace sentir que dentro de esos límites se siente seguro; más adelante extrapolará esa seguridad a otro tipo de límites que le ponga su mamá o cualquier otra figura de autoridad (padre, abuelos, maestros) por lo que le será natural respetarlos.

Esta conexión hijo-madre es lo que se conoce como apego. Cuando se dan las circunstancias que hemos mencionado (una madre amorosa que responde con sensibilidad a la angustia del bebé, que le conforta en su malestar transformándolo con paciencia y cariño en placidez de manera reiterada y predecible) el bebé desarrolla un apego seguro. Este apego es el cimiento de su persona: su equilibrio emocional, su capacidad para relacionarse con su entorno y su desarrollo cognitivo se sostendrán sobre esta relación inicial entre él y su mamá. Si ha experimentado un apego seguro, tendrá un autoconcepto positivo, confianza en sí mismo y seguridad en su iniciativa y sus capacidades, lo que le abrirá las puertas de una socialización exitosa, puesto que será capaz de trasladar el afecto y la empatía que ha recibido de su madre a la relación con los demás. Además, el apego seguro y las conductas asociadas al mismo (contacto físico, balanceos, acunamiento, postura incorporada, intercambios verbales afectuosos, risas etc.), como consecuencia de la estimulación neurológica recibida a través de las mismas, favorecen un mejor desarrollo cognitivo y un mayor rendimiento escolar.

Sin embargo, no siempre se crea este vínculo de apego seguro con la madre. Cuando el bebé siente malestar (hambre, sueño, angustia, calor, frío, estrés, aburrimiento, soledad...), llora para comunicarse y no obtiene esa respuesta sensible y consoladora por parte de su madre queda muy desconcertado. Si la madre no acude para aliviar su malestar porque cree que llora para manipularla, porque le han dicho que si lo toma en brazos se malacostumbrará, porque todavía no le toca comer, porque..., el bebé va interpretando que no es alguien digno de amor y cuidado, que su malestar es incontenible, que su angustia puede llegar hasta el infinito y que parece que a nadie le importa. Si la madre no desarrolla una respuesta sensible a las necesidades del bebé o si ésta no es consistente (unas veces lo consuela y otras no, unas le da el biberón y otras le hace esperar etc.) el bebé no podrá desarrollar confianza en su madre porque ésta no le brindará la seguridad que necesita, ya que sus respuestas parecen impredecibles para el pequeño. A esto se llama apego inseguro y tiene múltiples variantes (ansioso, evitativo y desorganizado) sobre las que no me extiendo pues existe abundante literatura, tanto en internet como en papel, sobre la materia. Por resumir, diremos que el apego inseguro es aquél que se crea cuando el bebé no ha recibido unos cuidados amorosos y consistentes que le permitan interpretar de manera coherente sus sensaciones y su entorno y confiar en él como un medio amigable y no amenazante. Siguiendo la misma lógica que empleábamos al hablar del apego seguro, cuando un niño desarrolla un apego inseguro con su madre, su autoconcepto y su autoestima serán pobres, su confianza en sí mismo limitada y su seguridad personal escasa por lo que su equilibrio emocional se verá comprometido, sus sociabilidad tendrá ciertas dificultades (bien porque sea un niño excesivamente sumiso, retraído, desafiante o agresivo) y su desarrollo cognitivo no será del todo adecuado.

Después de esto, la conclusión se hace evidente: cuanto más invirtamos en fomentar el apego con nuestros hijos en sus tres primeros años de vida, más estaremos invirtiendo en su felicidad. Su desarrollo emocional, social y cognitivo estará condicionado por el afecto en la primera infancia y la relación primaria que establezca con su madre. En la próxima entrada hablaremos de formas concretas para fomentar el apego seguro en bebés y niños pequeños, así como pautas para fortalecerlo en los más grandes.