martes, 9 de agosto de 2011

AUTORIDAD, AMENAZAS Y COHERENCIA

Hace unos días tuve ocasión de presenciar el siguiente diálogo entre una madre y su hija de seis años. La mamá quería que la niña se bajase de un columpio y la niña no quería hacerlo:

-  Que te bajes, te digo.
-  No quiero.
-  Llevas ahí desde que hemos llegado, y ya está bien.
-  No me voy a bajar.
-  Te vas a bajar porque lo digo yo.
-  No me voy a bajar.
-  Te vas a bajar porque soy tu madre y me tienes que respetar.
-  Eres mi madre pero no te voy a respetar.
-  ¿¿??
-  No te voy a respetar, porque me mientes.
-  ¡¿Que yo te miento?!
-  Sí, porque me dices que me vas a hacer cosas que luego nunca haces...


Ahí es nada. Se puede decir más alto pero no más claro. Veinte manuales de educación no lo podrían haber explicado mejor y en menos palabras. Ahondando en la relación, resulta que la madre recurre frecuentemente a amenazar a la niña para que obedezca y las amenazas nunca se cumplen. Por eso, la niña dice que la madre “miente”. Y por eso, la madre, pierde credibilidad y autoridad frente a su hija.

La amenaza es un recurso al que los padres recurrimos antes o después cuando queremos conseguir la obediencia de nuestros hijos y no se nos ocurre otra estrategia más eficaz. Además, a medida que vemos que no va a surtir efecto, engordamos la amenaza hasta llegar a decir cosas que estamos totalmente seguros de que no vamos a llevar a cabo. Valgan los siguientes como ejemplos (seguro que a vosotros se os ocurren muchos más):

  • Como sigas así no volvemos nunca más a casa de los abuelitos”(?)
  • Si no te montas ahora mismo en la bici, se la regalo al primer niño que me encuentre”(?)
  • Como no dejes de portarte mal en la playa hago la maleta y nos vamos a casa pero ya”(?)
  • Si no haces lo que te digo te prometo que vas a estar un mes entero sin tele”(?)
  • Si no recoges ahora mismo tus juguetes, los tiro todos a la basura”(?)
  • Como vuelva a ver la ropa tirada, no te compro ropa nunca más”(?)
  • Como no dejes de hacer el tonto, el año que viene no celebramos tu cumpleaños y punto” (?)

Resulta más que evidente que la mayoría de estas aseveraciones nunca se verán cumplidas: ¿seguro que nunca vamos a volver a visitar a los abuelos?; ¿de verdad que estamos dispuestos a regalar la bici del niño a un desconocido, sólo por despecho?; ¿damos por finalizadas las vacaciones, después de tener el apartamento pagado hasta dentro de una semana, porque el niño hoy está caprichoso?; ¿aguantaremos un mes entero sin recurrir a ponerle la tele? (esto no sé si resulta peor castigo para el niño o para algunos padres); ¿en serio vamos a tirar todos sus juguetes a la basura (como si no costaran)? ¿estamos seguros de que va a andar toda la vida – o al menos hasta que alcance independencia económica- con ropa de la talla 10? ¿realmente estamos decididos a no celebrar su próximo cumpleaños?

La mayoría de las veces, ante una conducta no deseada, oposición o desobediencia de nuestros hijos, nos vamos enfureciendo lentamente, la impotencia y el enojo se apoderan de nosotros subiéndonos desde las entrañas a la garganta, la boca se nos calienta y espetamos “aquello” que, en ese momento, desearíamos que pasara (¡a la basura los juguetes!). Sin embargo, si lo pensáramos durante unos larguísimos digamos... cinco segundos, llegaríamos a la conclusión de que “aquello” tan tremendamente tremendo no lo vamos a llevar a cabo. Bien, pues esos cinco segundos, son nuestro pasaporte a la autoridad. Esos cinco segundos de contener a la fiera que llevamos dentro, mordernos la lengua, cerrar la boca y activar la parte más racional del cerebro (o sea, tener y mostrar autocontrol), son la salvaguarda de la credibilidad frente a nuestros hijos, el salvoconducto que nos protege frente a la acusación de “mamá, me mientes” (o sea, no te voy a respetar -ni a confiar en ti, ni a obedecer...- porque no cumples lo que dices). Sólo cinco segundos para ganar autoridad o para perderla.

La coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos resulta fundamental para obtener autoridad frente a nuestros hijos. La autoridad, que en según qué círculos parece tener mala prensa, se define según el diccionario de la Real Academia de la Lengua como el prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia. Es decir, se trata del prestigio y la confianza que nos reconocen nuestros hijos como educadores competentes. No es algo que se imponga sino que es algo que se otorga; que nos otorgan, en este caso, nuestros hijos como consecuencia de haberles demostrado capacidad, actitudes y aptitudes valiosas para poder educarles. Y para ser dignos acreedores de la confianza de nuestros hijos, es decir, para ganarnos esa autoridad, es imprescindible, entre otras cosas, que nuestros hijos perciban coherencia, congruencia, integridad entre nuestros dichos y nuestros hechos.

Ofrezco, a continuación, unas sugerencias prácticas para que la comunicación con nuestros hijos nos haga ganar autoridad frente a ellos (y no perderla):


  • Nunca debemos decir aquello que no estemos seguros de llevar a cabo. Los niños saben que es irrealizable y la repetida constatación de que, efectivamente no hacemos lo que decimos, hace que el temor que pretendemos infundirles para conseguir su obediencia se esfume (¡sí, claro, que vas a regalar mi bici, cuántas veces lo has dicho y nunca lo has hecho!).

  • Siempre que anunciemos que va a haber ciertas consecuencias, es importante ser fieles a la palabra dada. Tanto para lo bueno como para lo malo. Si yo digo que después de hacer la tarea vamos al parque, tenemos que cumplir e ir al parque. Y si digo que si no acabas la tarea a tiempo no te puedes bañar en la piscina, también hay que cumplir y no ceder ante ruegos, protestas o nuestra propia comodidad (a veces resulta más fácil ceder que aguantar el enojo del niño).

  • La amenaza y el castigo, han de ser los últimos recursos educativos. Además de ser estrategias que pueden encerrar cierta dosis de violencia (¿a alguno de nosotros nos gusta que nos amenacen para que desarrollemos nuestro trabajo o seamos amables?), cuanto más se usen más ineficaces se vuelven. La motivación, el estímulo y ciertas técnicas de comunicación no violenta serán mucho más útiles.

  • Cuanto más dramáticas sean las consecuencias que planteemos, menor será su eficacia porque el niño sabe que resultarán irrealizables. Sabe que, por muy enfadados que estén sus papás, y por mucho que digan, antes o después volverán a visitar a los abuelos, así que puede seguir subiéndose por los sillones impunemente.


Sé que el tema da para mucho y que esto es apenas un aperitivo. Cómo corregir conductas, cómo lograr la colaboración de nuestros hijos, cómo poner límites de manera eficaz... son cuestiones en las que nos jugamos la autoridad frente a ellos y que con unas cuantas estrategias podemos manejar de manera satisfactoria. Éstos y otros asuntos, los abordaremos en próximas entradas. Mientras tanto, podéis dejar vuestros comentarios, sugerencias o preguntas respecto a este tema de la autoridad y la coherencia. Feliz verano.

2 comentarios:

  1. A veces "entrenamos" a los niños a desobedecer, porque no les damos las ordenes lo suficientemente claras ni concretas, ni en el momento oportuno, o les pedimos varias cosas a la vez... yo este verano estoy "concentrada" en el tema de la obediencia, y cuando sale una orden de mi boca no paro hasta que la hago cumplir... veo que si lo dejo pasar, estoy perdida. Bueno, ahí vamos, que no es tarea fácil! Gracias por tus ideas.

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  2. Hola amiga:

    Gracias por tu comentario. Efectivamente, como tú dices, muchas veces nuestra comunicación acerca de lo que queremos que hagan o lo que esperamos de ellos no es lo bastante clara, por lo que es fácil que tampoco sea eficaz y los niños no hagan caso. Es importante que, antes de pedirles que hagan o dejen de hacer algo pensemos si estamos totalmente seguros de lo que vamos a decir y luego, como tú bien dices, ayudarles a que hagan lo que les hemos pedido. También sobre ello se asienta la coherencia que les permitirá tener confianza y seguridad en nuestra palabra (y en nosotros como sus padres y primeros educadores). Precisamente, de esta confianza y seguridad en nosotros, arranca su seguridad y confianza en sí mismos.

    Con respecto al interesantísimo tema de cómo decir las cosas para que nos hagan caso y cómo fomentar su colaboración, publicaremos una entrada dentro de algunas semanas.

    Un saludo.

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